Cap. 18 - El monte de Cumas - A la sombra de Miguel

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Para las ocho de la mañana los guerreros iniciaron la primera expedición al monte de Cumas, eran solo ocho hombres y todos a caballo. La buena noticia era que Cumas no era una montaña muy grande, de hecho, era más bien una colina enorme con quizás dos hectáreas de superficie y varios puntos de interés. Su punto más alto se elevaba unos cien metros sobre el terreno y varias sendas empinadas lo rodeaban a modo de espiral. No iba a ser una empresa difícil el localizar los sitios arqueológicos para seleccionar el lugar de la excavación, pero eso no quitaba que debían ser extremadamente precavidos al hacerlo, una mala selección del terreno podía costarles meses de trabajo y recursos que no tenían. Por ello, decidieron tomarse con calma esta etapa del trabajo. O al menos eso fue lo que acordaron, ya que la realidad sería otra.

Primero subieron por la vereda y llegaron a las ruinas de lo que parecía un bastión romano adosado a la ladera de la montaña, desde donde se podían divisar barcos y otras amenazas provenientes del mar Tirreno.

— Este bastión tiene al menos quinientos años abandonado — dijo Ferdinand y luego se bajó del caballo para palpar las rocas con las que estaba construido el firme.

— Esto no es un bastión — le respondió Athan —. Es un mirador.

Y Nivia intervino como siempre, con su mirada profunda y voz de sabiduría:

— Tienes razón, esto es un puesto de soldados que utilizaban este lugar para vigilar las aguas. No está fortificado y no posee defensas fuertes.

Lance bajó del caballo también y lentamente ingresó por un arco romano casi invisible que daba acceso a un corredor subterráneo. Aquella entrada estaba invadida por vegetación y por algunas rocas que se desprendieron de la estructura, por lo que era difícil verla a simple vista, pero Lance lo detectó inmediatamente y logró sortear todos los obstáculos para bajar hasta un pasillo largo y angosto, el cual permanecía extrañamente en penumbra. Rocas antiguas, olor a moho, superficies pulidas pero erosionadas por los años y el sonido del mar, todo eso componía aquel sitio y le brindaba una belleza extraordinaria y mística, Lance incluso sintió que aquel lugar quería contar una historia.

El joven caminó a lo más profundo y enseguida supo que la poca luz que había en el ambiente se filtraba por ventanas tipo almenas ocultas en el muro occidental y las cuales daban directamente al mar. Era un bello espectáculo pero definitivamente no era lo que Lance estaba buscando. No había señales religiosas ni vestigios de una batalla.

Con algo de prisa y desilusión en la mirada, Lance abandonó el corredor y regresó a su caballo diciendo así.

— Este no es el lugar. Sigamos adelante.

Luego subió a la montura con gran agilidad y golpeó ligeramente las costillas del caballo marrón que le había brindado el duque de Spoileto. El muchacho ya se había acostumbrado a montar con una sola mano y ahora no necesitaba de ayuda o aditamentos especiales. Ello causaba admiración entre los españoles, quienes consideraban inservibles a los lisiados.

— Como usted mande jefe — le respondió Fer y enseguida dio la orden de seguir al muchacho.

En las próximas horas, los héroes visitaron otros dos lugares con vestigios arqueológicos pero ambos tuvieron el mismo resultado. Uno eran los restos de una casa de roca y el otro fue un gran emplazamiento donde se podían ver los cimientos de lo que fue una gran acrópolis. Y es que Cumas fue en la antigüedad, un sitio concurrido y altamente poblado, algunos puntos de interés para el mundo entero habían estado ahí, como la sibila de Cumas y la ciudad de Pompeya, la cual sepultó el volcán Vesubio con su erupción en el siglo primero.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora