El sonido del mar, aunque muy lejano y tenue, fue lo primero que el joven detectó cuando cobró conciencia. Abrió sus ojos pero estos dolieron a grados extremos ya que la que intensidad y brillantez de la luz del ambiente sobrepasaba su capacidad para captarla. Enseguida se cubrió instintivamente los parpados con su mano derecha y, al darse cuenta de que tenía mano derecha, le sobrevino un shock. Alzó su mano izquierda y la extendió asimilando que sus dos extremidades superiores estaban completas al igual que sus dos piernas.
Pero aquella sensación de extrañeza que sintió por tener su cuerpo completo, jamás logró convertirse en alegría, sino que se tornó rápidamente en temor, temor a no saber distinguir entre la realidad y los sueños. «Estoy soñando» Se dijo finalmente y sin muchas ilusiones ignoró el detalle para ocuparse de su situación actual, la cual aún era incierta. Se agachó para palpar el suelo bajo sus pies y rápidamente se dio cuenta que estaba parado sobre arena. Tomó un poco con su mano izquierda y se maravilló por la pureza y suavidad de los granos que se escurrieron rápidamente entre sus dedos, era tan suave como la arena del desierto de oriente, pero ésta estaba fría y ligeramente humedecida.
Descubrió un poco sus ojos pero la luz aún le lastimaba las pupilas y apenas pudo ver siluetas borrosas, aunque gracias a esas siluetas pudo comprobar que efectivamente estaba en una playa. Una playa acariciada por un suave viento y por una marea muy tranquila que apenas susurraba chasquidos a los oídos del joven. La ceguera duró algunos minutos más, hasta que poco a poco logró adaptarse al exceso de luz y entonces pudo abrir sus ojos, para quedar maravillado ante el hermoso paisaje que se abrió ante él. La belleza y amplitud de aquella playa era indescriptible, aunque también era un poco tétrica, gracias a la desolación que parecía albergar. Estaba delimitada, a la derecha, por un muro de rocas que separaba la costa de otras tierras más altas y a la izquierda por un inmenso océano que reflejaba y adquiría el color del cielo color purpura. Era la claridad y pureza de la arena lo que reflejaba y aumentaba exponencialmente la luz, de modo que era difícil mantenerse sin parpadear.
Por un segundo, el muchacho se preguntó si estaba en Irlanda, pero esta idea se esfumó rápidamente al contemplar ciertos rasgos en el paisaje que no encajaban con ningún lugar conocido, rasgos tan inusuales que le hicieron pensar que aquella playa no pertenecía a ninguna de las realidades conocidas.
El sol, desde el cenit, brillaba en todo su esplendor; pero aun así, muy cerca del horizonte podían apreciarse cuatro estrellas formando una constelación con forma de cruz. Estas estrellas titilaban sin quemar los ojos y eran de una belleza inimaginable, tanto que competían en relevancia con el sol. Eran estos cuatro astros como pequeños faros encendidos a plena luz del día y dominaban, desde el norte, ese inmenso manto entintado en tonos morados y rosas que lo cubría todo. Aunado a eso, algunas nubes en tonos similares delimitaban la bóveda, pero se mantenían lejos de las cuatro estrellas y del sol para no opacarlos.
Varios minutos quedó el joven contemplando aquel cielo purpura y no se percató que era alcanzado y rebasado, de repente, por una fila de hombres que caminaban lento sobre la arena. Los silenciosos hombres pasaron de largo y no repararon en el muchacho. Las ropas que usaban ellos eran muy distintivas y muy uniformes, se parecían a los hábitos de un monje. Túnicas oscuras y capuchas que mantenían su anonimato y les protegían de las distracciones.
— Buen hombre — le habló el muchacho al último de la fila en idioma gaélico, esperando que este pudiera entenderlo, pero aquel hombre no hizo caso y continuó su marcha hacia el horizonte.
— ¿No me escuchan?
Volvió a hablar el joven pero ninguno de los veintitantos hombres que componían la procesión se detuvo para responder. Entonces corrió tras ellos pero le fue difícil moverse sobre la abrasiva arena que le restaba motricidad a sus pasos. Era arena virgen, nadie la había pisado antes y ni siquiera la larga procesión de penitentes la había mancillado. Aquello era insólito.
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El Imperio sagrado III: Los malditos
FantasyTERCER LIBRO (ULTIMO DE TRES) Antes de llegar al final del primer milenio después de Cristo, existió un imperio surgido del esplendor del oscurantismo que se proclamó defensor del cristianismo y en nombre Dios cometió todo tipo de atrocidades en co...