Cuando los tres rezagados jinetes alcanzaron la expedición en medio del sendero, se armó rápidamente un alboroto debido a la llegada de un nuevo miembro al grupo: "Una mujer herida" comenzaron a rumorar los trabajadores y los soldados y aquellas voces rápidamente llegaron hasta Ferdinand, quien se detuvo para a esperar ser alcanzado y detuvo con él a toda la procesión. Su segundo hombre, un tipo rudo con una enorme cicatriz en el rostro y cuya edad rondaba los treinta y cinco años, se acercó a él y hablándole en voz baja y de forma desaprobatoria le dijo así.
— No puedo creerlo, tanto alboroto por una ramera latina.
Ferdinand lo miró serio sin decir una sola palabra y así se quedó por largos e incómodos segundos, hasta que el hombre, cediendo ante la mirada penetrante de su superior, bajó la vista y se alejó muy apenado. A Ferdinand no le había gustado la forma de expresarse y el soldado lo supo enseguida.
El caballero negro entonces le retiró la vista a su vasallo y recibió a los recién llegados con una enorme interrogante dibujada en el rostro. Pero ni Lance ni Athan ni Nivia hicieron mucho caso a las habladurías y continuaron cabalgando muy despreocupados y tranquilos, como si esperaran pasar inadvertidos y esperaran que la mujer que llevaban cargando no fuera motivo de asombro para la gente. Ferdinanand espoleó al caballo y enseguida los alcanzó, haciendo que toda la procesión completa se moviera con él.
— Y bien, veo que habéis encontrado algo relevante en la villa, además de cenizas. ¿Es bonita al menos? vale la pena tomarse tantas molestias por ella.
— Si la dejábamos en ese lugar iba a morir — le respondió Lance y el español alzó una de sus pobladas cejas negras.
— Bueno, no me gusta ser aguafiestas pero la damisela se ve muy mal, creo que morirá de todos modos.
— Quizás, pero aun así no podíamos dejarla.
— Vale, si lo que necesitas es una mujer, yo tengo dos hermanas vivas que puedo presentaros, no necesitáis andar levantando cadáveres por el camino.
Lance se extrañó por el comentario y acudió por fin con la vista para encontrarse con la mirada cínica y jactanciosa del español.
— No la quiero para eso — le respondió el joven algo molesto —. Solo intentamos salvarle la vida.
— Estoy bromeando muchacho, puedo ver en tus ojos que no sois de los que tomarían a una mujer contra su voluntad, sois demasiado joven e inocente para eso. Pero debéis estar consciente que con esas heridas, esta mujer no se va a salvar. Aun cuando logre pasar la noche, sus heridas comenzaran a tornarse negras y le envenenarán la sangre.
— Ya veremos.
— Sois testarudo e ingenuo... pero admiro tus ganas de ayudar, yo era igual de niño — el español se llevó la mano a la barba de perilla mientras añadía —. Entonces, ¿Qué dices sobre mis hermanas?
— ¿Disculpa?
— Necesito casarlas antes de que se pongan viejas y tú podrías ser buen esposo.
— No seré buen esposo, moriré muy joven.
El español fijó su vista al frente, al sendero, y haciendo un gesto de decepción continuó la charla de forma confianzuda, como si ya considerara al muchacho uno de sus viejos amigos.
— Si ya lo sé.
Lance se extrañó nuevamente con aquella respuesta.
— ¿Cómo lo sabes?
— Porque los testarudos e ingenuos mueren jóvenes.
Athan, quien venía atrás, al lado de Nivia, intervino también con un aire de fastidio que no era raro ver en él.
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El Imperio sagrado III: Los malditos
FantasyTERCER LIBRO (ULTIMO DE TRES) Antes de llegar al final del primer milenio después de Cristo, existió un imperio surgido del esplendor del oscurantismo que se proclamó defensor del cristianismo y en nombre Dios cometió todo tipo de atrocidades en co...