Cap. 18 - El monte de Cumas - Puerta secreta.

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En los próximos días, la población del campamento disminuyó drásticamente. Los treinta soldados hispanos que habían venido con Ferdiand se retiraron a la ciudad y ello provocó que los días pasaran más tranquilos y armoniosos. Los sirvientes mientras tanto, construyeron, bajo las órdenes de Lance, Athan y Nivia, y con la ayuda de estos, un almacén para granos, así como tiendas más grandes y una torre con troncos para usarla como mirador.

La torre no fue la única medida defensiva que ordenó Lance, sino que también ordenó cubrir con rocas y tierra a la empalizada para mimetizarla con el entorno natural y hacerla invisible desde la lejanía. Y es que sin los soldados, el campamento quedaba expuesto y a merced de los bandidos, pero eso al joven no parecía preocuparle tanto. En realidad lo que más le preocupaba era que, según las noticias que llegaban desde Lazio, las hostilidades entre los nobles italianos y los reyes francos estaba llegado a un punto álgido, situación que provocó que el duque Spoileto enviara cada vez menos provisiones al campamento. Y no solo comenzó a llegar menos comida, sino que la poca que enviaban era de mala calidad. Por ello se organizaron para convertir aquella expedición en una empresa autosustentable. Athan y Nivia fueron los responsables de la caza y la pesca, respectivamente y Haydee se convirtió en un capataz para dirigir la construcción, labor que realizó eficientemente a pesar de su evidente aberración por la mayoría de los hombres.

Con esto, Lance comenzó a entender la mecánica de la sustentabilidad y el verdadero significado de ser un líder, aunque su liderazgo se limitaba a un pequeño "reino", por así llamarlo, compuesto por treinta soldados, cincuenta siervos y cuatro cortesanos. «Poca población y mucho descontento» Pensó el muchacho cuando se dio cuenta que algunas diferencias entre la población era irreconciliables. Diferencias no solo de religiones, sino también de ideologías y costumbres. Los españoles estaban acostumbrados al catolicismo machista, los siervos italianos no aceptaban bien las órdenes de los soldados hispanos y Haydee se ponía siempre de parte del más débil. Como una costumbre recurrente quizás guardada en su código genético.

Aquella tarde el joven acabó sus labores temprano y se confinó a su tienda a hacer cuentas, pero no había mucho más que hacer, cerro las cuentas y suspiró con algo de frustración al no ver avances en su empresa. Entonces comenzó a retirarse las ventas del brazo derecho pues ya estaban sucias y ello le causaba algo de aberración.

La costra negra en el muñón aun quemaba y atormentaba, y era difícil de limpiar, pero el muchacho hizo el esfuerzo y aguantó el dolor cuando se aseó con un trapo húmedo.

Fue cuando escuchó los latidos de un corazón.

— ¡Joder! — exclamó al mirar atrás y ver la cara de Haydee asomando entre sabanas —. ¿Qué haces aquí y a qué hora entraste?

— Te ayudo — dijo ella con cara de niña que se sabe haciendo una travesura —. Ven aquí, te pondré las vendas nuevas.

Lance resopló pero finalmente obedeció. Se sentó junto a la chica y ella salió de su escondite de cobertores para ayudarlo con esas vendas.

— Tu cama es más cómoda que la mía y aquí me siento más segura. Por cierto, ¿qué clase de herida es esta?

— Es una maldición, no toques esa costra negra, podría quemarte.

Cuando Haydee acabó de poner las vendas invitó a Lance a acostarse junto a ella. Lance de nuevo obedeció y con asombró sintió unas suaves manos acomodarle los cabellos y un cuerpo acurrucarse junto a él. En medio de la guerra, al parecer ambos necesitaban un momento de ternura y un abrazo.

— ¿Quieres... ir al balneario? — preguntó por fin Lance con nerviosismo y evidentes intenciones picarescas.

Ella lo miro y sopesó la propuesta un segundo pero negó poniéndose seria.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora