Cap. 23 - Asalto a Nimrael - Asedio

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Una armada compuesta por casi tres mil soldados, cruzó la región fronteriza de Serbia y paso muy cerca de Belgrado hasta llegar a las colinas donde los montes Cárpatos se unen con los Balcanes, En ese sitio se pegaron al río Danubio y siguieron su ruta hasta bajar a la llanura de Romanía.

Su marcha fue extrañamente pacifica, pues el reino de Servia no presentó resistencia y prácticamente les dio permiso de atravesar uno de sus condados. Ambas naciones serían enemigos en el futuro (igual que el resto de Europa contra los húngaros) pero por ahora se vivían tiempos de paz y el ejército de los Magiares logró llegar, luego de un par de semanas, hasta el hermoso llano de Romania, situado entre los reinos de Dacia y Moesia.

El avance de aquel ejército, además de pacifico, fue lento, pues llevaban algunas armas de asedio. Sin embargo su llegada coincidió con la caída del fuerte de guerra Assasiyin, el cual había sido tomado por el grupo de Alaris, Garrod y Athan. Ellos se habían adelantado a los magiares por un día y ya habían comenzado la guerra por su cuenta.

Los magiares marcharon entonces por el lado norte del río y vieron de lejos al fuerte de guerra desierto que no les ofreció ninguna resistencia. Árpad, el líder y príncipe de aquella armada húngara, envió espías a revisar tras la muralla pero estos solo encontraron cadáveres de soldados y las clásicas aves carroñeras que ya se estaban dando un festín con aquel escenario de postguerra. Entonces Árpad ordenó a su ejército seguir adelante por el mismo lado del río y poco tiempo después, se encontraron con una torre de vigilancia en las mismas condiciones que el fuerte. Con todos los soldados muertos y con muy poca información para hacer conjeturas.

— Quizás el griego y su amigo trajeron un ejército con ellos — habló el consejero de Árpad con una voz rasposa que pegaba perfectamente con su aspecto barbárico.

— Lo cual es muy extraño, pues el griego aseguró que no poseía uno — Árpad era un hombre recio de barba poblada completamente negra y mirada aguileña. De entre todos sus hombres, era quizás el que presentaba un aspecto menos barbárico, aunque no por ello era menos bravío, ya que como líder de los magiares, Árpad estaba obligado a honrar la memoria guerrera de sus ancestros.

— Tomaron un fuerte de guerra y una torre mi señor — volvió a hablar el consejero —. Yo diría que esto fue obra de un ejército de al menos cien.

Y Árpad pareció enfurecerse con aquella deducción.

— Si Athan ha traído a un ejército con él, entonces lo destruiremos y tomaremos estas tierras.

— Es lo justo mi señor, estas tierras le pertenecen a los Magiares por herencia. Atila las conquistó y ahora es tiempo de recuperarlas para gloria de nuestras siete tribus.

El príncipe magiar continuó su cabalgata seguido por su ejército y la senda los llevó lejos del río, con rumbo de donde los Balcanes se vuelven más altos y profundos. En el camino se encontraron con algunos cadáveres más y todos con insignias en rojo y blanco. Colores que no solo distinguían a la iglesia católica, sino también al ejercito bizantino y a los asesinos hijos de Caín.

— Estén alertas — volvió a hablar Árpad —. Si el griego trajo un ejército, entonces habremos de encontrarlo muy pronto y muy cerca de aquí. Preparen sus armas y marchen en posición de guerra.

De ese modo los tres mil hombres, en filas de doce columnas, desplegaron sus alas y formaron un frente con sus lanzas y escudos listos. Avanzaron de ese modo hasta que se encontraron con el grupo de Athan, el cual se había refugiado en un rustico campamento a las faldas de uno de los montes.

Para sorpresa de Árpad y su consejero, no era un grupo numeroso sino un grupo pequeño de compuesto por apenas quince soldados.

— ¿Qué es esto? — susurró Árpad y sus filas se abrieron para dejarlo pasar a él y una media docena de hombres a caballo, incluyendo a Eled, su consejero.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora