Cap. 17 - La playa - El circulo de los magos

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ISLAS NA SCIGIRÍ (islas Feroés antes de la era nórdica) - Enero de 873



Lance abrió los ojos y abruptamente regresó del extraño viaje onírico en el cual se encontraba. El cruel frío remplazó toda sensación cálida y el dolor de viejas heridas reapareció para recordarle lo amargo que era la realidad. Se sentó con dificultad sobre su tendido y con rostro confundido analizó el entorno. Estaba en una choza construida con varas de madera, la cual no tenía muebles ni adornos, era muy pequeña; apenas había espacio para su tendido y el único objeto que sobresalía era una muleta que estaba recargada en la pared. Por la puerta abierta de la choza entraba un torrente de luz tenue y fría que delataba un día nublado y grisáceo, tal como lo eran casi todos los días en aquella isla en la que se encontraba.

Luego de aterrizar sus pensamientos, el muchacho se retiró la cobija con la mano izquierda para contar sus extremidades, le faltaba casi todo el brazo derecho y una gran parte de la pierna izquierda, apenas tenía muñones cubiertos con vendas que alojaban un intenso dolor perpetuo que parecía jamás disminuir. Ese dolor era, por cierto, el único indicio que tenía Lance para saber que estaba despierto, aunque también era ese dolor el principal motivo por el cual el joven prefería dormir.

Y es que Lance había permanecido tantas horas durmiendo en las últimas semanas que había llegado al punto en que le era difícil distinguir entre la realidad y los sueños. Ahora se sentía como un eterno viajero saltando entre múltiples realidades, y lo peor es que todas esas realidades carecían de sentido para él. A veces eran visiones que lo transportaban a futuros horribles en los que se le revelaban masacres y otros actos atroces perpetrados por seres humanos, otras veces eran locaciones oscuras desde donde se podían escuchar psicofonías horrendas y caóticas, y otras más, simplemente eran visiones que lo llevaban a los vastos campos de Bangor, donde paso su niñez, ignorante pero feliz niñez.

Haciendo un gran esfuerzo, el muchacho estiró su única mano y asió la muleta de madera para ponerse en pie. Ayudado con ella salió con torpeza y afuera se encontró con una tierra tan hermosa como helada, llena de acantilados y rodeada por un inmenso océano casi congelado y levemente enfurecido. Era un hermoso paisaje el de la isla de los corderos, aunque no tanto como la playa de los penitentes con la que solía soñar, pero aun así, aquella isla era hermosa y se decía que estaba situada casi a la orilla del mundo, al borde del gran abismo, al cual temían grandemente los marineros. Eso la convertía en un refugio perfecto para Lance, para Nivia y también para la diminuta población de origen celta que la habitaba y que tenía una religión contradictoria, pues aparentemente eran cristianos pero a la vez seguían realizando rituales célticos antiguos. Aquellas islas serían conocidas en el futuro como Islas Feroés, pero en el siglo IX eran una frontera aún desconocida para el mundo y los pocos que la conocían la llamaban simplemente "isla de corderos" en honor a uno de los primeros evangelizadores irlandeses que la visitó en el siglo cinco.

El muchacho, alternando su pie y la muleta, llegó con algo de dificultad hasta el borde del acantilado y desde ahí observó al horizonte azul. Desde aquel punto se podía observar la villa de Lynar, enclavada en un terreno inferior a la derecha, al frente estaba la bahía con el mismo nombre y más allá el mar de Noruega, enmarcado por altos acantilados de rocas afiladas que delimitaban las costas de las islas de todo el archipiélago. Pero aún más lejos, muy cerca del horizonte, se podía apreciar también una gruesa capa de nubes negras que amenazaban con azotar toda la región con una tormenta eléctrica de esas que le robaban el sueño a cualquiera. A Lance no pareció preocuparle la venida de una tormenta, pues una tormenta peor estaba sucediendo dentro de su cabeza, sus recuerdos eran como vientos furiosos que daban vueltas en su mente día y noche y ya habían sumido al muchacho en una profunda depresión que se alimentaba de sus dolores y culpas.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora