Cap. 24 - Los malditos - El regreso.

446 29 7
                                    

Tres encapuchados vestidos con túnicas rojas avanzaron sigilosos y veloces por el pasillo central de la sala sin trono del santuario de Nimrael. Ahí estaba el profeta Nimrood y sus cinco cazadores de almas, todos tan corruptos que parecían verdaderos monstruos. Ciertamente, la mayoría de ellos ya lucían como monstruosos desde antes, sobre todo Dagón, Asterio y Kemosh, pero ahora no solo tenían ese aspecto bestial, sino que además mantenían una actitud de lo más perversa y enloquecida, cual bestias hambrientas y furiosas.

Todos en la hermandad de Caín sospechaban que los cinco habían sido poseídos finalmente por sus demonios internos y los tres sacerdotes rojos casi estaban seguros de ello, a pesar de que Nimrood lo negara y a pesar de que hubiera jurado en el pasado, que aquello jamás ocurriría.

— Señor — habló el sacerdote rojo que iba al frente de la formación de punta de flecha —. Le traemos noticias del frente de batalla.

— Habla — le respondió Nimrood sin realmente mostrar interés.

— Los magiares retrocedieron cuando se dieron cuenta de la llegada de nuestro segundo ejército. Los alcanzamos cerca del río y les provocamos muchas bajas, tanto que pensamos que la victoria estaba en asegurada. Pero entonces...

El sacerdote rojo se detuvo y tomó aire y valor. Nimrood lo alentó a continuar.

— ¿Pero entonces qué? ¿Qué fue lo que sucedió?

El sacerdote prosiguió entonces pero con voz cargada de furia.

— Un ejército enviado por el Sacro Imperio nos atacó viniendo desde las montañas. Contaban con caballería y arqueros y aprovecharon la niebla que el mago Mandrathi tendió sobre el campo de batalla. Nos tomaron por sorpresa y arrasaron a los batallones de vanguardia.

— Así que el sacro imperio por fin ha hecho su movimiento. Como buen ave de rapiña, se esperó a que los magiares lanzaran el primer ataque.

— Mi señor — habló otro de los sacerdotes rojos —. La existencia del santuario ha sido revelada al mundo y el secreto de la hermandad de Caín está comprometido. Este doble ejército al que nos enfrentamos nos supera en número en dos a uno y conoce a la perfección nuestra estrategia. La traidora Némesis debió revelar todos nuestros secretos al imperio cristiano y ahora estamos expuestos y vulnerables. Necesitamos irnos de aquí. Hacer colapsar los pilares del santuario para sepultar la prisión de los infieles y luego largarnos al oriente.

— Nadie se irá hasta que yo lo ordene — aseveró Nimrood —. Reagrupe a los soldados y defiendan la muralla. Necesitamos mantenernos firmes hasta el anochecer.

El último de los sacerdotes habló entonces con voz mucho más firme y sonora que los otros dos.

— Lo siento, no podemos acatar esa orden. La prioridad de la hermandad es mantener el anonimato, así ha sido desde hace miles de años y así seguirá siendo. Nosotros abandonaremos la batalla y Nimrood deberá hacer colapsar los pilares del santuario. Para eso fueron construidos, para prever un momento como este.

Nimrood se extrañó con aquella negativa pero no pareció enfurecerse. Solo miró a Kemosh sentado en una gran silla de madera (igual que los demás cazadores), a él se dirigió con algo de parsimonia.

— Kemosh, los sacerdotes tienen un buen argumento ¿No lo crees? ¿Debemos escucharlos?

El rey de los Assasiyin pareció entender un mensaje que el profeta le envió y enseguida se puso de pie. El descomunal rey caminó hacia los sacerdotes y sus pasos resonaron fuertes en las baldosas. Su sombra los cubrió y ellos se encogieron un poco al ver que su tamaño parecía ser directamente proporcional a su locura.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora