Cap. 20 - Escape de tierras papales - La doncella de hierro

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Todas las ciudades que había visitado Lance en el pasado, tenían la misma mezcla de aromas desagradables y nauseabundos y Roma no fue la excepción. En el aire se podía percibir el olor a excremento, sudor, humo, alimentos en descomposición e incluso sangre. Era muy desagradable en verdad, sobre todo para alguien acostumbrado al perfume de los robles y las flores. Sin embargo la gente que vivía en la ciudad parecía perfectamente habituada al hacinamiento y al aroma insalubre y hasta parecía disfrutar de su estilo de visa. Era como si los residentes hubieran desarrollado escudos con los que se volvían insensibles al mal olor y al mal humor de sus vecinos. Todos caminando sospechosos y con prisa sobre la avenida, como si fueran insectos en una colmena. La única diferencia era que los insectos no se mataban unos a otros por envidia.

Si bien, la avenida principal era mucho más ancha que las de otras ciudades como Wintanceast, o Damasco, aun así a Lance le parecía muy angosta y la multitud que inundaba cada centímetro creaba una sensación de una marea incontenible que seguramente arrollaría al primero que osara tropezar y caer al suelo.

Ferdinand echó una mirada a Lance y sonrió un poco al ver como el joven admiraba la ciudad y recorría con sus ojos cada recinto y cada roca de las amplias casas que delimitaban la avenida.

— Nunca habías estado en Roma, ¿eh? ¿Qué te parece?

— Nada extraordinario.

— Lo mismo pienso, es más bella la ciudad de Zaragoza, aunque que no tiene edificios tan grandes como Roma, pero tiene algo que la convierte en la ciudad más hermosa del mundo.

— ¿Qué es?

— Mi gente.

Continuaron a caballo por la avenida y en unos cuantos minutos Lance pudo ver, entre los techos de las casas, una estructura que se imponía por mucho al resto de los edificios y parecía tener muros circulares que sobrepasaba en altura del resto de los palacios que le rodeaban. La vista de Lance se alzó y en su rostro se dibujó un gesto de asombro e incredulidad que causó de nuevo la risa del español.

— ¿Te impresiona el Anfiteatro? — dijo Fer con tono burlón —. Es una montaña de estiércol. Ojala un día de estos se caiga y aplaste con mil toneladas de estiércol a las casas de todos estos latinos.

— ¿Anfiteatro?

— Bueno, algunos lo llaman coliseo. Aquí pelearon y murieron muchos gladiadores y todo para entretener al pueblo romano. ¿Acaso no sabes nada?

Lance echó una última mirada al coliseo y algunas imágenes llegaron a su mente, sangre en la arena y una multitud aplaudiendo enardecida y excitada.

— ¿Ya no se usa para batallas de gladiadores?

El español resopló y arqueó una ceja como si la pregunta del joven le hubiera causado un episodio temporal de conmoción.

— Por supuesto que no, esa época de salvajismo quedó atrás. Lo abandonaron hace más de dos siglos y le han estado quitando las rocas para construir otros edificios. No creo que sobreviva mucho tiempo, da gracias porque te ha tocado conocerlo en persona.

— Nunca fue el sueño de mi vida conocer un lugar así.

— Pues prepárate por que pronto llegaremos a la basílica de San Pedro.

— ¿Es bonita?

— Es otra montaña de estiércol construida sobre un cementerio.

— ¿Por qué eligieron ese lugar?

El español se rascó su negro cabello crespo y luego respondió con tono sarcástico.

— Bueno, fue la culpa de Constantino, él ordenó recuperar los restos del apóstol Pedro pero nunca los encontraron entre tantas sepulturas. Entonces decidieron construir la basílica aquí, sobre la necrópolis de la colina del vaticano. De esa manera no fallarían en decir que aquí descansa Pedro.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora