Cap. 24 - Los malditos - Castigo divino

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Todo estaba sucediendo cada vez más rápido y ni siquiera había tiempo para pensar con cordura. Sacrificar a un caballo por una torre no es la mejor de las jugadas en el ajedrez y Hyade lo sabía. En cosa de medio segundo, le pasaron por la cabeza mil ideas para intentar salvar a su "caballo" Fer. Desde relevar a Mislav en su batalla y pedirle que salvara al español con magia curativa, hasta distraer a Nivia de su labor de anulación de Mandrathi para hacer lo mismo, pero todas aquellos planes eran contraproducentes y seguramente traerían más desgracias al grupo. La amarga realidad es que nada podía hacer la guerrea para ayudar a su hombre y lo único que se le ocurrió hacer fue darle ánimos y seguir luchando.

— Quédate ahí caballo negro y no te mueras — le ordenó con firmeza —. Nosotros nos encargaremos de esto.

— Es "caballero negro", no caballo — corrigió el español sin perder su buen humor —. Anda gana esta batalla por mí.

Ferdianand no intentó levantarse pues sabía que sus heridas eran profundas y seguramente le provocarían la muerte; si no por los daños internos, al menos por desangramiento. Así que se acomodó en su lugar y ahí esperó paciente.

Novael, con la piel completamente quemada y con una herida profunda en el pecho se arrastró para alejarse y Hyade no quiso perseguirlo para acabar con él. Lo dejó vivir y entonces fijó sus ojos en su verdadero objetivo, Kemosh. El cual aún luchaba contra Garrod. Ella sabía que matando al más fuerte de sus enemigos las cosas se podrían más fáciles.

Alzó su espada manchada con la negra sangre de Dagón y se acercó con pasos sigilosos y ágiles al rey. Sus ojos detectaron entonces una extraña sombra que atravesaba la habitación en la misma dirección pero apartado unos cuantos metros. Esa era la sombra de Mandrathi, quien tenía la peculiar y envidiable habilidad de atravesar el manto y volverse fantasma a voluntad. Ella sabía que para matarlo era necesario tomarlo desprevenido y no permitirle disolver su materia en sombras pues en ese estado era prácticamente inmortal, así como también inofensivo. La mujer se olvidó por un segundo de Kemosh y siguió a la sombra, la cual se dirigió hacia Athan.

El aquero estaba viviendo una extraña persecución en la cual, el minotauro intentaba acercársele sin exponerse a las flechas y utilizaba para ello las columnas de la sala como escudo. El griego parecía tener todo controlado, pues había impedido eficazmente que Asterio acortara la distancia que los separaba, pero entonces algo sucedió que cambio de nuevo el curso de la batalla. Fue Mandrathi quien se apareció a su espalda y surgió de la oscuridad del suelo, materializándose como si emergiera de las aguas. Ese momento era el que habían estado esperando varios de los guerreros protagonistas de aquella batalla, pues el mago pocas veces se había expuesto como ahora. De la mano de Mandrathi brotó una poderosa lengua de electricidad y con ella alcanzó al arquero, el cual se retorció del dolor al sentir la serpiente luminosa penetrar por sus costillas. Chispas y humo brotaron junto con el grito de dolor de Athan y no pudo separase de su atacante por más que lo intentó. Entonces surgió también de la oscuridad, la figura canina de Nivia, y con viento furioso apartó al arquero y atrapó al rayo con su mano izquierda. Ahí quedaron frente a frente los magos y se aferraron sus manos y se amarraron sus almas, de tal modo que Mandrathi no pudo volver a las sombras y quedó atrapado en su cuerpo decrepito por el tiempo suficiente para que Haydee lo alcanzara. Pero la guerrera no pudo llegar, pues el martillo de Asterio la alcanzó en plena carrera y le dislocó el brazo con un brutal impacto que la lanzó a rodar varios metros por el suelo.

— Mata al druida — gritó el mago de la india y Asterio obedeció sin perder un solo segundo. Levantó su colosal martillo como si este fuera un palo de madera y lo llevó hacia la cabeza de Nivia.

— ¡Noo! — gritó Nivia al sentir el martillo y una explosión de fuego brotó de sus manos casi al instante en que el martillo le machacaba la cabeza. El impacto fue devastador. Pedazos de hueso y sesos salieron botando y cayeron en un radio de al menos dos metros. El rostro de Mandrathi quedó totalmente cubierto por sangre al igual que su pecho y sus manos, las cuales aún seguían aferradas a las manos del ahora difunto druida.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora