Cap. 22 - El castillo Negro - La tumba sagrada

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«Todos mis hermanos están reunidos en el gran salón» pensó Haydee «. Es el momento perfecto para bajar a la gruta.

Sin perder tiempo, la guerrera caminó a hurtadillas rodeando al gran salón y llegó hasta la parte trasera del palacio, donde estaba la entrada a la sala privada de Nimrood. Esta estaba custodiada por seis guardias con capuchas blancas y armados hasta los dientes. Hubiera sido sencillo vencerlos pero Haydee no quería llamar la atención y no quería ganarse la enemistad de sus propios aliados, aún. Así que salió del edificio y trepó al techo para entrar por un conducto que servía como chimenea. Su breve silueta hizo posible que se escurriera hasta la sala y ahí tuvo que esperar unos minutos hasta que el par de guardias encargados de cuidar el recinto se distrajeran.

La mujer no hizo ningún ruido cuando salió de la chimenea. Apoyada sobre sus dedos, pasó a espaldas de los hombres convertida en una sombra y se escabulló hasta entrar en las últimas habitaciones. En ese lugar encontró... absolutamente nada. Ni muebles, ni lámparas, ni decoración, solo las baldosas grises y las rocas aparentes del muro que conformaban una gigantesca galería de columnas parecida a las que edificaban los griegos para consagrarlas a sus dioses.

Los pasos descalzos de Haydee no hicieron ningún ruido y continuó de esta manera hasta el fondo, donde caía un extrañó torrente de luz cenital. En ese lugar estaba un pozo rustico de mampostería con una polea apoyada en barrotes viejos de madera. Aquello era muy extraño y la confusión le dibujo a la guerrera una mueca cómica en el rostro. Miró a su alrededor y luego hacia arriba y enseguida se supo debajo de la torre mayor, en el corazón del santuario. La entrada a la caverna era un pequeño orificio debajo de varias toneladas de roca que con un solo un par de demoliciones se vendría abajo. Parecía estar preparada para colapsar en el momento en que Nimrood lo decidiera y de esta manera quedaría sepultada la prisión, quizás para siempre.

Sin tomarse más tiempo para meditar sobre la extraña y frágil disposición de la entrada. Haydee se decidió por fin a bajar antes que alguien la descubriera. Se introdujo en el pozo y cayó sobre un elevador de madera que se manejaba con una palanca y un contrapeso. No uso aquel mecanismo, sino que bajó del elevador dando un salto y endureció el cuerpo para soportar una caída de quien sabe cuántos metros, era imposible saberlo pues abajo todo era oscuridad. Era como un vacío infinito cuyo fondo no se alcanza a distinguir. Luego de varios segundos (más de cinco) la guerrera cayó al suelo y los huesos de sus piernas tronaron cruelmente y desgarraron su carne, al igual que los de sus brazos, con los cuales amortiguó un segundo tiempo de su caída. Quedó completamente destrozada y agonizando pero afortunadamente consiente y con un poco de movilidad.

Sonrió soportando todo el dolor y con su mano derecha colgando, se tocó las heridas una por una y entonces la magia regenerativa hizo el milagro. Sus huesos comenzaron a reestructurarse y las heridas de su carne, a sanar. Aquel proceso le tomó quizás unos veinte minutos pero al final pudo volver a ponerse en pie y al hacerlo, sus últimas laceraciones y quebraduras sanaron y el dolor se desvaneció.

«Pensar que el poder regenerativo de Nimrood es diez veces más fuerte » Pensó mientras abría y cerraba su puño y se maravillaba de sus propios dones. Luego agregó en su mente «Entonces también sus visiones y su sufrimiento deben serlo»

La guerrera caminó en la oscuridad aprovechando un leve velo de luz que nadaba casi imperceptible en el ambiente y llegó hasta una enorme roca circular que obstruía el paso. Sintiéndose decepcionada se colocó frente a la roca, de al menos cuatro metros de diámetro, e intentó moverla pero no pudo. La pesada roca no se movió ni siquiera un centímetro y la guerrera comenzó a intuir que estaba sellada con algo más que cemento.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora