Cap. 24 - Los malditos - La batalla final

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Tres ángeles aparecieron justo sobre en el cenit de Gabriel y descendieron elegantes con la gracia de una pluma sobre el puente de rocas que flotaba sobre la tormenta de almas. Los tres vestían con gabardinas negras que los hacían lucir como sacerdotes alados cuyas alas brillaban con cálida luz celestial, las tres en distinto color. Uno de ellos tenía las alas doradas como el sol, mientras otro las tenía negras como el plumaje de un cuervo. El tercero tenía alas rojas tan cálidas como los atardeceres en bermellón del desierto oriental. Eran bellísimos y tan perfectos como solo la imaginación podría concebirlos.

El primero en tocar el suelo fue Ariel, con su rostro femenino y voluntarioso pero con expresión infinitamente piadosa. Sus negras alas eran enormes pero en un segundo se replegaron hasta casi desaparecer en su espalda.

— ¿Qué te pasa Gabriel? — habló muy seria sin sonar agresiva —. Parece que hubieras perdido una apuesta.

— No lo hice — respondió Gabriel sin mostrarse sorprendido por la visita —. La apuesta todavía está vigente, esto todavía no se acaba.

Otro de los ángeles tocó el suelo con sus desnudos pies y replegó inmediatamente sus alas color bermellón. Su rostro era masculino pero no por ello su expresión dejaba de ser piadosa (al igual que la de Ariel). La tez de este ángel era morena y su cabello castaño alcanzaba a tocar sus hombros.

— Se acabó. Hiciste trampa, manipulaste el destino de un hombre.

— Tú no te metas Rafael, esto no es asunto tuyo.

El último de los tres ángeles era un poco distinto a los dos primeros, parecía un guerrero y su rostro voluntarioso no mostraba ni un solo resquicio de piedad. Su complexión era atlética y su mandíbula robusta, pero era igualmente bello como los otros.

— Gabriel, hemos descubierto tus engaños así que se ACABÓ. Secuestraste a un ser humano y lo lanzaste a la prisión de las criaturas extintas. Eso va en contra de las leyes de Dios.

— Ninguno de ustedes sabe nada sobre las leyes de Dios. Dios es un bebe cuya sangre está siendo succionada por ese parasito llamado humanidad.

Y Rafael:

— Dios los puso ahí por alguna razón y no es nuestro trabajo cuestionarlo. Solo somos vigilantes.

— Ustedes aceptaron mi apuesta y decidieron jugar este juego, no quieran aparentar inocencia ahora. Yo no fui el único que rompió reglas aquí.

— No somos inocentes Gabriel — habló ahora Ariel intentando poner calma a la situación —. Pero ya has llegado demasiado lejos. Es tiempo de detener esto.

— Esto no se acaba aquí, ¿Cuánto tiempo ha de pasar antes de que estos humanos acaben por matar al planeta?

— No lo sé — dijo Ariel —. Pero tendremos mil años más para averiguarlo.

— ¿Mil años?

Ariel se puso enfrente del descarado ángel Gabriel y lo obligó a mirarlo a los ojos.

— Esa fue la apuesta; un milenio por un sacrificio. ¿Lo recuerdas? Haydee ganó la apuesta así que la humanidad se ha ganado un milenio más de vida.

— Ella no se sacrificó por los motivos correctos — argumentó Gabriel furioso y frustrado —. A ella no le interesaba salvar a nadie, lo único que quería era que yo no ganara. ¿Qué clase de sacrificio es ese? Sin amor y por orgullo.

— Que poco conoces el corazón de los humanos Gabriel — volvió a decir Ariel —. Te apuesto lo que quieras a que hay más amor en el corazón de esa chica que en el tuyo.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora