Cap. 23 - Asalto a Nimrael - A las puertas del infierno

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Esa misma tarde, los guerreros se reunieron con Árpad en su campamento y enseguida se dieron cuenta que el rumor de la naturaleza sobrenatural de los cinco se había esparcido ya entre los magiares, los cuales eran sumamente supersticiosos. Algunos decían que el arco de Athan era mágico y que todas las flechas que disparara darían en el blanco. Otros pensaban que Ferdinand era una especie de sombra salida del inframundo, dada su armadura de cuero negro y sus rasgos de moro, y que Garrod era un coloso de hierro. Se decía también que Haydee era una especie de demonio y que Nivia era un mago poderoso (aunque eso último no estaba lejos de ser verdad). Lo bueno de la situación, es que al sentir miedo por ellos también comenzaron a respetarlos. Los veían como un grupo de guerreros semidioses y nadie se atrevía a pensar en traicionarlos. Incluso armaron un par de tiendas grandes para ellos.

En una de ellas, los héroes se reunieron en secreto para planear su siguiente movimiento. El rey Alaris era quien hablaba ante las negativas de Athan y de Nivia de llevarlo con ellos al interior del santuario. Ambos alegaban que el rey debía vivir para su pueblo y que no lo lograría si los acompañaba a la batalla. Eso era, de cierta manera comprensible, ya que todos se sentían prescindibles, pero consideraban a Alaris necesario para el mundo y por lo tanto, no deseaban verlo morir en aquella misión suicida.

— Lance una vez profetizó para mí un reinado largo y un hijo que aún no he concebido — dijo el rey —. Por lo tanto, me atrevo a pensar que si tomó el lugar del sexto guerrero tengo posibilidades de sobrevivir. ¿No es así?

— El destino cambió — intervino velozmente Athan —. Lance lo cambió y ahora no sabemos qué va a pasar. Prácticamente estamos escribiendo un nuevo futuro, así que no se deje engañar por profecías obsoletas.

— Solo intentas confundirme — respondió el joven rey —. Yo sé que las profecías son inmutables y que se cumplen no importa cuántos esfuerzos se hagamos por evitarlas.

Nivia alzó su mano pidiendo la palabra y todos guardaron silencio para escucharlo hablar.

— Eso es parcialmente cierto rey Alaris. La verdad es que sí hay sucesos que pueden romper una profecía. Suponiendo, si yo le presagio a usted la muerte en una justa, pero usted el día de mañana decide tomar un cuchillo y quitarse la vida, ¿No estaría con ello rompiendo mi profecía?

— Pero entonces no habrías profetizado mi muerte en una justa sino asesinado con un chichillo.

— No existe oráculo en el mundo que pueda profetizar un suicidio porque nadie está destinado a suicidarse. El suicidio es un acto repentino e inesperado que trunca todo un plan de vida. Por eso no se puede profetizar.

Haydee alzó su vista y luego de echarle una mirada a Nadejha tomó el valor para hablar también.

— Eso fue exactamente lo que hizo Lance. Yo debía ser quien muriera y él debía vivir. Pero cambio todo cuando entregó su vida a cambio de la mía. Prácticamente se suicidó para que yo pudiera vivir. Lo que dice Nivia es verdad rey Alaris, si usted entra en ese santuario para enfrentarse a un "cazador de almas" no veo posibilidades de que sobreviva. Son demasiado poderosos y lo peor, es que su muerte no servirá de nada.

Y Alaris:

— Servirá para saber que no los dejé a ustedes caminar solos a la batalla. ¿Díganme cómo puedo sentirme bien, si toda mi vida han sido otros los que mueran para protegerme? En la batalla, en mi palacio, incluso en mi familia.

— Bueno, nadie dijo que ser rey era divertido — le habló esta vez Garrod —. Vera joven Alaris. Un rey tiene que anteponer a su gente antes que a sus propios intereses. Usted no puede tomar decisiones que afecten a su pueblo, no funciona así.

El Imperio sagrado III: Los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora