Cada cinco años, las Siete Grandes Escuelas de Magia organizan un torneo para decidir al mejor mago del planeta: el Gran Prix Mágico. Este año, Yuri Katsuki, estudiante de la Escuela de Magia Mahoutokoro en Asia, decide presentarse en pos de conocer...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Yuri llegó a la hora del desayuno con expectación, bajando casi corriendo las escaleras que conectaban la torre de Gryffindor con el Gran Comedor. No había descansado tan bien como hubiese deseado, tal vez porque ya se había acostumbrado a dormir con alguien a su lado, pero se sentía cargado de energía.
Víktor le esperaba al final de las escaleras. Charlaba con Jamila, con quien debía haber bajado desde Ravenclaw, y se giró hacia él cuando lo vio bajar. Las ojeras seguían ahí, pero su característica sonrisa había regresado; era como si la perspectiva de ir a Solovey junto con Yuri, aunque fuese una casa cargada de malos recuerdos, le hubiese devuelto el ánimo.
—¡Yuri! —lo saludó—. ¡Buenos días!
Cuando llegó a su lado, Víktor le tomó de la cadera y dejó un beso en su mejilla, haciendo que Yuri sonriese con timidez. Era la primera vez en meses que se daban los buenos días en público, fuera de su habitación; estaba demasiado acostumbrado a despertar delante de él.
—Buenos días —respondió a su vez, mirando también a Jamila, que se mostraba más interesada en los fantasmas que se deslizaban por los pasillos saludando a los alumnos.
—Yakov todavía no ha llegado —comentó Víktor mientras se adentraban en el abarrotado comedor; a pesar de que la mayoría de alumnos habían vuelto a sus casas, seguía habiendo demasiada gente—, así que había pensado en hablar con él después del desayuno.
Que Víktor fuese paciente y decidiese esperar era una buena señal; se había mostrado tan impulsivo en los últimos días que Yuri había creído que se abalanzaría sobre el desayuno del profesor Feltsman para rogarle marchar a Rusia cuanto antes.
—Me parece bien.
De forma instintiva, se sentaron juntos en la misma mesa, aunque se quedaron un poco cortados al ver que estaban separados en diferentes casas. Como Yuri no quería llamar más miradas de las necesarias, se despidió de Víktor y se levantó para irse a la mesa de Gryffindor.
—Odio esta parte —farfulló Víktor, viendo cómo en ese momento entraba Chris y tomaba asiento en su mesa—. Me gustaba mucho desayunar todos juntos.
Yuri arqueó las cejas con tristeza y miró a Jamila, quien, a pesar de ser tan inexpresiva, desprendía un brillo nostálgico en los ojos cuando vio a Maia tomar asiento junto con JJ en Slytherin y a Phichit y Sara charlar animadamente en la mesa de Hufflepuff. En ese momento, Otabek y Yurio entraron juntos y, sin importarles la opinión de nadie, se sentaron juntos en Gryffindor. Yuri suspiró y se volvió a sentar en la de Ravenclaw; si Yurio y Otabek podían, ¿por qué no ellos dos?
—Podríamos organizarnos para la próxima —comentó, cogiendo unas galletas de un bol que había en medio de la mesa: siempre parecía que se servía un banquete en Hogwarts—. Ir rotando de mesa cada día y sentarnos todos juntos, como antes.
Víktor sonrió ante la idea y Yuri no quiso estropear esa burbuja de normalidad. Jamila mordisqueaba una tostada con la mirada perdida y Yuri se sintió algo incómodo: no solía hablar mucho con la chica, pero Víktor siempre había sido más social y fue capaz de mantener una conversación cordial con ella. Hasta que llegó la pregunta.