CAPÍTULO 154: ALEJAR A LOS FANTASMAS

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Al día siguiente, Otabek decidió visitar a su madre

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Al día siguiente, Otabek decidió visitar a su madre. Era raro decir que se visitaba a alguien cuando se iba a su tumba; no era como si fuesen a hablar, o como si fuese a verla. Pero sí que tenía sentido porque, en realidad, lo que iba a visitar era el recuerdo que tenía de ella, rescatarlo y revivirlo.

Resultaba bastante obvio que Selma estuviese enterrada en su tierra, aunque él siempre creyó que estaría en el cementerio en memoria a las víctimas de la Guerra de los Gigantes, en Ulán Bator, la capital de Mongolia. Pero, según le había explicado Eliz, el deseo de Selma había sido ser enterrada junto a sus padres, en el cementerio Sakizagaci.

Tomaron la moto para llegar hasta allí. Se guiaron a través de las indicaciones que Eliz le había dado, atravesando lápidas de mármol resguardadas por cipreses. Atravesaron unas verjas negras y pasaron por una explanada llena de flores. Cruzaron varias calles, esquivando algunos entierros que se celebraban en ese momento. De vez en cuando, vislumbraban estatuas de bronce con formas de aves y encontraban pequeños y elegantes panteones. Finalmente, llegaron a una zona donde todas las tumbas estaban cercadas por vallas de mármol.

Otabek se detuvo frente a una de piedra azulada ribeteada con filigranas de oro. Eliz le había dicho que aquella era la tumba que contenía los restos de Selma Altin. Pero necesitó confirmarlo, leyendo su nombre escrito en caracteres árabes y en románicos. La fecha de su nacimiento y su muerte se encontraban más abajo y, justo al final, una frase conmemorativa: «A la mayor madre, esposa y aurora que Estambul conoció».

Sabía que el nombre de su madre se estudiaba en algunos países, junto con el de su padre y algunos compañeros. La Guerra de los Gigantes había salpicado a gran parte de centro-Asia y había pasado a la Historia junto con algunos de sus combatientes. Después de todo, Selma formó parte del grupo que acabó con el ejército de Pavlov... aunque Otabek se sentía enfermo al recordar que el mago tenebroso seguía vivo y buscaba venganza a través de él.

Todavía no se lo había dicho a nadie, ni siquiera a Yuri ni a su padre, y mucho menos lo haría delante de su madre. Pero ahora, después de haber leído la desolación y el miedo que habían abordado a Selma cuando esta estuvo en la guerra, necesitaba más que nunca terminar con el trabajo por el que ella dio la vida. Honraría su muerte y su nombre... y, para ello, tendría que matar a Dimitri Pavlov.

Sin embargo, no estaba en aquel cementerio por eso; lo que quería era despedirse de su madre, aunque ella no fuese a escucharle en realidad. Pero le gustaba pensar que su espíritu estaría allí, prestándole atención, alegre y emocionada porque su hijo hubiese ido a visitarla después de tantos años.

Otabek se arrodilló en la verja, como si fuese a rezar, aunque él no creía en ningún dios. Pasó el brazo entre los barrotes y acarició el nicho de su madre, cubierto de flores mágicas que nunca marchitaban. A su lado, leyó los nombres de Iskander y Fatmagül Yildirim, sus abuelos que habían muerto antes de que él naciera. No los había conocido, pero le gustó ver sus nombres y sus lápidas, y deseó que también estuviesen ahí, viendo al nieto que nunca pudieron conocer.

Gran Prix Mágico (Yuri!!! on Ice)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora