CAPÍTULO 169: IDENTIDAD

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La nieve podía ser hermosa, o también muy melancólica

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La nieve podía ser hermosa, o también muy melancólica. Y aquella mañana de domingo amaneció con una nevada triste que caía junto con las lágrimas de los Elegidos del Gran Prix Mágico.

No habían dejado de velar el cuerpo de Chris durante toda la noche. La incredulidad se mezclaba con el dolor y la angustia. Había silencio solo roto por profundos sollozos. Los pocos que conseguían dormitar se despertaban sacudidos por pesadillas en las que Chris los agarraba con sus manos cubiertas de sangre.

Pero hubo alguien que no cerró los ojos ni un momento, que no se separó de él ni un instante: Víktor Nikiforov. Hasta Stephen había salido un momento para lavarse el rostro hinchado por llorar y Wendy había tenido que tomar el aire acompañada por su hermana. Sin embargo, Víktor no se apartó de su cama, no dejó de sostener sus dedos ya rígidos y fríos. No hablaba con nadie. Se negaba a escuchar. Permanecía en un trance secuestrado por el dolor, sumido en sus propios pensamientos que nadie era capaz de adivinar. No lloraba ya. No se movía. Simplemente, agarraba la mano de Chris con los ojos fijos en su rostro, como si estuviese esperando a que despertara.

No fue así. Ni siquiera cuando al amanecer le limpiaron las manchas de sangre, le cambiaron la ropa por una túnica funeraria de color blanco y plateado y le cubrieron el rostro con un velo negro: al parecer, así se enterraban a los magos del siglo XV. Solo reaccionó minutos antes de que Stephen se llevase consigo el cuerpo de Chris para enterrarlo junto a su mujer y su hija en la cueva de Oberhofen.

—Yo también voy.

Sin dejar de mirar el cadáver de su amigo, se puso en pie. Le costaba creerse que estuviera muerto: quitando la palidez, se veía igual que cualquier otro día normal en el que estuviese durmiendo, con los ojos cerrados en una expresión relajada. La diferencia era que su hechizo rejuvenecedor había desaparecido y unas pocas arrugas de más habían asomado alrededor de sus labios, de tanto como había sonreído a lo largo de su vida.

No podía dejar de pensar en la última sonrisa que había esbozado, justo antes de morir.

Le concedieron el permiso para asistir a su funeral, a él y a todo el que quisiera ir hasta Suiza, con la condición de que regresarían pronto. Temían que los Elegidos les emboscasen en la cueva y no querían lamentar más bajas.

Víktor accedió. Lo único que quería era despedirse bien de su amigo, hasta que su cuerpo estuviese cubierto por tierra y flores.

Su mente era un caos mientras se arreglaba para el funeral, vistiéndose con una capa negra fúnebre y con una corbata del mismo color que Yuri le ayudó a abrocharse. Su novio estuvo muy callado en todo momento, los ojos rojos tras las gafas y las mejillas salpicadas de manchas provocadas por el llanto. Víktor no le miró a la cara, ni tampoco su propio reflejo en el espejo: su mirada se mantenía perdida en el vacío.

—Ya estás listo —le llegó la voz de Yuri, casi en un susurro, al mismo tiempo que sentía sus dedos deslizarse por los suyos. Se le hizo extraño sentir su tacto, suave y cálido, no como los dedos fríos y agarrotados de su mejor amigo—. Vamos.

Gran Prix Mágico (Yuri!!! on Ice)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora