Cada cinco años, las Siete Grandes Escuelas de Magia organizan un torneo para decidir al mejor mago del planeta: el Gran Prix Mágico. Este año, Yuri Katsuki, estudiante de la Escuela de Magia Mahoutokoro en Asia, decide presentarse en pos de conocer...
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—¿Has leído la noticia de la desaparición de Draco Malfoy? —preguntó Erkan Altin cuando su hijo tomó asiento junto a su cama. Leía el periódico como todas las mañanas, esperando a que llegase Otabek para ponerse a desayunar.
El muchacho sacó el té para su padre y su chocolate caliente mientras sacudía la cabeza.
—No. ¿Qué desaparición?
Los días pasaban demasiado rápido para padre e hijo. Aprovechaban todo el tiempo posible para estar juntos. Otabek solo abandonaba el cuarto de su padre para irse a dormir al Caldero Chorreante, donde tenía una habitación reservada, o para ir a comer a la cafetería de San Mungo. Una vez al día, también salía para hablar por teléfono con Yuri, aunque las conversaciones no eran muy largas.
—Al parecer lo vieron por última vez el martes y nadie ha sabido nada de él desde entonces.
Otabek frunció el ceño mientras untaba una galleta de mantequilla en el chocolate.
—¿Crees que lo han secuestrado?
—Un mago de tanta clase como él no puede haberse perdido por las calles de Londres... Sí, seguro que es un secuestro.
Habían tenido tiempo para ponerse al día en muchos aspectos: en la vida de Otabek, sí, pero también en las noticias que daban la vuelta al mundo. Entre ellas, por supuesto, se encontraba el Gran Prix Mágico... y la amenaza de los Sombras, la nueva generación de mortífagos.
—¿Crees que han sido ellos? —inquirió Erkan, tomando su té de manzanas que tanto le recordaba a su fallecida esposa, Selma.
—Es... es posible. Tal vez quieran información.
—¿Por qué?
—Estuvo ayudando a resolver la Maldición de la Marca —explicó, señalando el tatuaje que tenía sobre el corazón, que le unía al resto de Elegidos del Gran Prix Mágico—. Cuando Wendy se rindió y la marca comenzó a devorarla, fue Malfoy quien encontró la solución junto con Mila... la que está en Azkaban —aclaró, por si Erkan se hacía mucho lio con los nombres—. Tal vez quieran saber cómo lo hicieron: hasta el momento, ha sido la única persona en sobreponerse a los Sombras.
—Es posible... Lo que me parece extraño es que no haya un despliegue de fuerzas y cuerpos buscándolo.
Otabek reflexionó sobre ello mientras se comía otra galleta de un solo bocado y bebía del termo.
—Creo que han gastado muchos aurores en proteger las ciudades y los colegios. Es posible que sí haya gente buscándolo, pero no tanta como les gustaría.
Erkan se encogió de hombros, pero en realidad, aquello le recordaba a sus antiguos días como auror, cuando perseguía a mortífagos como aquellos, ratas que escapaban de sus madrigueras y a quienes había que apresar antes de que pudiesen causar ningún daño.