Cada cinco años, las Siete Grandes Escuelas de Magia organizan un torneo para decidir al mejor mago del planeta: el Gran Prix Mágico. Este año, Yuri Katsuki, estudiante de la Escuela de Magia Mahoutokoro en Asia, decide presentarse en pos de conocer...
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—¿Qué... qué ha pasado?
La multitud, aunque escasa en comparación con otras escuelas, enmudeció cuando la esfera que reproducía la prueba de Yurio y Otabek se oscureció de repente. Yuri Plisetsky había lanzado una flecha directa a la cabeza del último coloso y, justo en el momento en el que impactaba contra su cuerpo de piedra, todo se había vuelto negro.
—No lo sé... ¿acaso ha invocado una nube de oscuridad? —respondió Maia a la pregunta de Chris.
Los cuatro observaban con el corazón en un puño la imagen en negro: habían tomado rápido la remontada, de una forma espectacular y épica con Otabek montando en un caballo de hielo y luchando con una espada de fuego. Las gradas habían chillado emocionadas cuando había derribado el cuarto coloso y cabalgaba hacia Yurio para, entre los dos, rematar la faena. Y de repente...
—¡Mirad! —La esfera en la que se proyectaba la prueba con Phichit y JJ también se volvió negra justo cuando Phichit lanzaba un chackarm contra la cabeza del último coloso y lo derribaba—. ¿Por qué será? La prueba no ha terminado, o ya estarían de vuelta aquí.
Nadie se atrevió a responder a Sara, pero la muchacha observaba la última esfera, la de Víktor y Yuri, con cierta agonía. Al principio, los otros dos equipos habían ido por detrás de Víktor y Yuri, pero ambos habían tomado la delantera en los últimos diez minutos. Por su parte, la pareja formada por el japonés y el ruso sufría con su último coloso, sobre todo después de que Yuri hubiese recibido un golpe directo que había golpeado en su cabeza.
Jamila jugueteó con sus pulseras de abalorios, haciéndolas chocar con un sonido arrítmico e inquieto.
—A lo mejor regresan cuando acaban los tres... o tal vez la prueba no ha terminado, pero nosotros no podemos seguir viéndola.
Fuese cual fuese la razón de aquella negrura, alteró a todos los antiguos Elegidos... y al resto de espectadores. Después de todo, cuando había habido muertos en medio de una competición, cualquier cosa que se saliese de lo normal llevaba a la angustia y al nerviosismo.
Y, sobre todo, al miedo.
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El último coloso se les estaba complicando más de lo esperado. No era porque fuese más grande o más fuerte, sino porque era más ágil: se movía con más rapidez, esquivaba mejor sus ataques... y también era muy poderoso en la ofensiva. Había recibido un golpe que lo había dejado mareado y le costaba mucho acertar con la guadaña... y Víktor tenía problemas más graves.
No se lo había dicho a Yuri, pero él creía entender la razón por la que parecía no tener el control de la situación: sus guantes. Se los había cedido con gusto a Yuri, pero ahora era como si los necesitase más que nunca. Le temblaban las manos y respiraba con dificultad, apretando los dedos con fuerza alrededor de la lanza. Cuando lanzaba algún hechizo, comenzaba a sudar profusamente y Yuri temía que era porque se estaba controlando demasiado. Puede que no estuviese acostumbrado a luchar sin sus guantes, ni a usar el canalizador sin ellos.