Cada cinco años, las Siete Grandes Escuelas de Magia organizan un torneo para decidir al mejor mago del planeta: el Gran Prix Mágico. Este año, Yuri Katsuki, estudiante de la Escuela de Magia Mahoutokoro en Asia, decide presentarse en pos de conocer...
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Era difícil tratar con varias cosas a la vez; pero, si todo el mundo podía, ella también se mostraría capaz.
Sara había pasado de no hacer nada en su vida a ser una Elegida del Gran Prix Mágico, estudiar para ser rompemaldiciones, investigar junto con su tío una solución definitiva para la Maldición de la Marca, intentar revelar una fotografía con muchos encantamientos de ocultismo y, ahora, averiguar cómo salvar a Yuri.
Al principio, no había querido saber demasiado sobre qué le ocurría al japonés. Estaba claro que algo le sucedía y que era tan grave que necesitaba de aquellos libros para encontrar una solución. Sara no sabía mucho del tema de primera mano, pero contaba con algo importante a su favor.
Il Capitano.
Como buen rompemaldiciones, había tratado cientos de casos de diferente índole. No solo eso, sino que era meticuloso, organizado y estricto, así que anotaba todos esos trabajos en su diario. Sara suponía que su primera misión, aquella que le había convertido en el hombre que era y que se parecía bastante al de Yuri, debía encontrarse registrado en su diario.
Por eso, esa mañana de jueves, cuando acudió junto con Phichit para que experimentase con sus marcas, los dos trazaron un plan para que Sara pudiese «tomar prestado» el registro de Il Capitano.
Siguieron los pasos del hombre. Él tomaba una muestra de epitelio del tatuaje tras someterles a diferentes pociones o hechizos y estudiaba su comportamiento in vitro, en aquel laboratorio que le habían prestado junto al aula de Pociones.
-¿Y cómo funcionan esos polvos? -inquirió Phichit a la señal de Sara, acercándose al rompemaldiciones, que observaba a través de su microscopio. Ese día había empleado una solución en polvo que Malfoy había desarrollado en sus propios experimentos.
El hombre se apartó del microscopio y se colocó su monóculo sobre su ojo, sin poder fingir su sorpresa. Pocas veces les preguntaban sobre qué hacía, exceptuando Sara, porque lo importante era encontrar un antídoto, no cuestionárselo. Il Capitano se aclaró la garganta y comenzó a explicar:
-Están desarrollados a través de la sangre de la signorina Lupin y lo he perfeccionado con sangre tomada del signorino Nikiforov. Al ser los únicos que han pasado la maldición...
Sara dejó de escuchar cuando se adentró en el cuarto anexo, donde dormía su tío. Era una habitación austera y pequeña, pues la mayoría de su instrumental lo había trasladado al laboratorio de al lado. Los pocos muebles que tenía era la cama, una estantería medio vacía y una mesa ocupada por libros y papeles bien ordenados. Sara supuso que sería en ese escritorio improvisado donde su tío guardaría su diario de casos, una pequeña libreta que contenía más páginas de las que se podían intuir a simple vista. Era útil para llevar a todas partes y no ocupaba demasiado y, aún así, contenía registros de todos los casos que había llevado, desde hacía casi cuarenta años.
