CAPÍTULO 111: OLVIDAR LAS PESADILLAS

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Yuri Plisetsky regresaba de su castigo en el despacho de Yakov sumido en sus pensamientos

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Yuri Plisetsky regresaba de su castigo en el despacho de Yakov sumido en sus pensamientos. Utilizaba esa hora muerta, él solo en aquel despacho vacío, para pensar y meditar sobre lo que pasaba e iba a pasar.

Ese día, por ejemplo, pensaba en lo que le fastidiaba la lluvia. En esos últimos días, aprovechaba las horas de entrenamiento para practicar con Víktor y el Katsudon. Estaba aprendiendo a utilizar la Danza Elemental como un arma, más que como un arte: quería aprender a luchar con el hielo al igual que lo utilizaba Yuri. Víktor se les había unido el día anterior, diciendo que él también quería mejorar.

Pero ese día, por culpa de la lluvia, no podrían practicar. Ni por la mañana, ni por la tarde: ésta última estaba reservada para la prueba de repesca.

Las cuatro ex–Elegidas competirían por la plaza que había dejado vacía Wendy.

Yurio se sentía ansioso porque, cuanto más tardasen en elegir a la nueva compañera de Chris, menos tiempo tendrían para prepararse para la siguiente prueba. Y aunque habían quedado primeros en la prueba anterior, no quería asegurar nada.

Y luego estaba Otabek.

En los últimos días, se sentía inquieto con él. Y emocionado. E ilusionado. Parecía un crío en Navidad.

Y es que, aunque no tenían nada, tenían algo. Esos besos compartidos en la soledad de su habitación, esas miradas compartidas furtivamente, ese cosquilleo que sentía cuando le tocaba, esos deseos de meterse en su cama por la noche... Eran sensaciones completamente nuevas y no sabía procesarlas y canalizarlas; no sabía controlarse y por eso, cuando sentía que el ritmo aumentaba, paraba, antes de llegar a un límite que no podría traspasar.

Sorprendentemente, muchas veces era Otabek el que sabía cuándo parar. Porque, en varias ocasiones, Yurio se sentía cegado por el deseo de tener más, de perderse durante más tiempo y estirar aquellos preciados segundos hasta que no pudiesen dar más de sí. Y Otabek paraba antes de que ninguno de los dos perdiese el control.

Por una parte, le gustaba todo aquello. Joder, le encantaba. Era la primera vez que tenía algo así y, ahora que lo había descubierto, quería explorar más y no perderlo nunca. Pero, por otra parte, lo odiaba: lo odiaba porque había descubierto un lado demasiado sensible y frágil de sí mismo, uno que se rompía entre gemidos y temblores cuando se besaban. Y no era capaz de pensar en la competición, ni en sus letales poderes, ni en nada de lo que debería preocuparse, porque todo pensamiento derivaba de una forma u otra hacia Otabek.

Y, joder, le volvía tan estúpido.

Llegó a su habitación y se tumbó en la cama, con la mirada perdida en el techo, deseando que Otabek regresara de sus sesiones de entrenamiento con Wolfgang. Desde que había probado los labios de Otabek, había desarrollado una especie de adicción, y le gustaba besarlo todo lo posible. Esa mañana, Otabek había madrugado y no lo había visto, y ahora le echaba terriblemente de menos.

Gran Prix Mágico (Yuri!!! on Ice)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora