Cada cinco años, las Siete Grandes Escuelas de Magia organizan un torneo para decidir al mejor mago del planeta: el Gran Prix Mágico. Este año, Yuri Katsuki, estudiante de la Escuela de Magia Mahoutokoro en Asia, decide presentarse en pos de conocer...
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Querido Otabek.
Hoy es el primer día de mi vida en el que despierto sin ti. Echo de menos ver tu rostro dormido y despertarlo con un beso, una caricia en la mejilla, pasando los dedos por tu pelo. Amanece, pero sigue pareciéndome de noche; la luz se filtra a través de la tela de la tienda, pero sigue habiendo oscuridad. Hasta que recuerdo tu sonrisa, mi luz, aquello que me guía a través de toda esta guerra.
Solo ha pasado un día y ya te echo de menos. Pero tu recuerdo es lo que me mantendrá en pie durante todo el tiempo que dure la guerra.
Espero verte pronto. Espero volver a despertar a tu lado.
Te quiere,
Mamá.
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No había fechas, aunque tampoco eran necesarias; Otabek no necesitaba saber cuándo habían sido escritas, sino lo que Selma había sentido escribiéndolas. Eran cartas que su madre no había pensado enviar; al menos, no en ese mismo momento, pues las habría mandado a la casa del lago. Aquellas cartas contenían sus sentimientos dirigidos a su hijo, cuando él fuese lo bastante maduro para entenderlos.
Podían parecer sencillas: las cartas de una madre que echaba de menos a su hijo; pero Otabek comprendió el miedo que Selma transmitía a través de esas palabras, la esperanza que se esforzaba por conservar... a pesar de que ella misma sabía que no existían muchas posibilidades de que regresara con vida de la guerra, de que volviese a ver a su hijo.
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Querido Bekka,
Hoy comienza una primavera sin flores. Todo está desolado, mustio y negro; no hay color ni calor, no hay belleza. Es triste saber que el tiempo sigue su curso pero el paisaje sigue siendo gris.
Recuerdo cuando tu padre y tú me traíais un ramo de flores cada día, de todos los colores y olores, de todas las formas y tamaños. Las colocábamos en jarrones y ocupábamos todo el espacio disponible de la casa: decoraban la mesa del salón, el alféizar de las ventanas, la encimera de la cocina, los rincones de las habitaciones... Era como vivir en un paraíso floral.
Cuando contemplo esta tierra yerna, cierro los ojos y evoco nuestra casa, llena de luz y belleza. Pienso en ti, trayendo ramos más grandes que tu cabeza, convirtiendo rocas en jarrones donde poder ponerlas. Y entonces sonrío y el paisaje se me hace menos tristes.
Es una primavera monótona, cuyo único color es el rojo de la sangre. Pero, cuando recuerdo nuestra casa, todos los colores regresan.