Cada cinco años, las Siete Grandes Escuelas de Magia organizan un torneo para decidir al mejor mago del planeta: el Gran Prix Mágico. Este año, Yuri Katsuki, estudiante de la Escuela de Magia Mahoutokoro en Asia, decide presentarse en pos de conocer...
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Yurio estaba tumbado en la habitación que había ocupado en el MACUSA, perdiendo el tiempo con la vista fijada en el techo, cuando llamaron a la puerta. Murmuró un «adelante» y Yakov, su profesor, apareció en la puerta. Se había quitado el sombrero que siempre llevaba puesto, incluso en interiores, y parecía que habían surgido nuevas arrugas en su rostro.
—Hay reunión con los Elegidos —dijo, con voz cansada—. Los organizadores del Gran Prix Mágico han venido a veros.
—¿Para qué? —refunfuñó Yurio, dándose la vuelta en la cama. No le apetecía nada salir de ese cuarto.
—Se van a implementar ciertos cambios, y quieren comentarlos con vosotros. Es importante —añadió cuando vio que el muchacho no tenía intención de moverse—. También tengo noticias de Mila.
Eso le interesaba más, mucho más, y no pudo esconder su interés. Se incorporó, buscando algo en su rostro, pero estaba a contraluz y no sabía si traería buenas o malas noticias.
—Lo hablaremos después de la reunión. —Yakov se apartó hasta el pasillo, invitándole a salir. Yurio suspiró, se puso sus zapatillas, se echó una sudadera por encima y salió con él.
Esperó a que Yakov llamase también a Víktor, que salió casi al instante. Observó cómo llamaba a la puerta de Otabek, pero nadie contestaba. Yurio sintió un temblor recorriéndole el estómago. Había sido muy egoísta centrándose en su propio dolor, y no le había preguntado a Otabek cómo se encontraba. Había oído que le habían ido a atacar a él expresamente: que el atentado había sido para emboscarle a él. No sabía quiénes ni por qué, pero seguramente Otabek estuviese asustado, y él... él se había dedicado a añorar a su amiga en vez de consolar a Otabek, que también lo necesitaba.
—Debe estar en el Hospital de Salem —murmuró para sí Yakov, aunque miró a Yurio como buscando confirmación. Éste se encogió de hombros, sin tener una respuesta—. Le dije que podía ir y venir cuando quisiera, pero ya es tarde. Debería descansar, y dejar reposar a Maia.
Se volvió hacia la chimenea del pasillo, que solo conectaba con edificios gubernamentales de Estados Unidos, incluido el Hosptial de Salem. Era el modo que tenían de comunicarse con Maia, y por donde abandonarían el MACUSA en su viaje a Ilvermorny. Yakov cogió los polvos flu que había en la repisa, arrojó los polvos a la chimenea y desapareció, dejando a Víktor y a Yurio solos en el pasillo.
Por lo que tenía entendido, el resto de Elegidos también se encontraban en ese pasillo, pero a lo mejor ellos ya habían sido avisados por sus profesores. Eso pensó, hasta que entonces salió Wendy de su cuarto, con los ojos perdidos en la nada. Les lanzó una mirada, se dio la vuelta cabizbaja y se dirigió hacia el salón.
La muchacha no había cruzado una palabra desde que había llegado, excepto con Oliver Wood. Habían intercambiado una larga discusión e incluso habían aparecido sus padres, intentando llevársela a casa. Todos los Lupin se habían visto tristes, furiosos y abatidos, pero Wendy se negó a marcharse. Yurio la había escuchado gritar «¡No me iré ahora que sé que está viva!», luego había visto a la señora Lupin llorar y el matrimonio se había vuelto a ir.