II

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No era que me cerrara a hablar con Villa. En algún punto iba a pasar. Pero por el momento prefería esperar. Tal vez en un rato más lo haría. No sabía si era suficientemente valiente como para acercarme a él después de lo que había pasado.

— Lo haré. Pero tengo que esperar a que llegue.

— Yo creo que no tienes que esperar, porque viene hacia acá.

El chico se acercaba hacia nosotros, y como primer instinto me oculté tras Simón. Era alto y me cubría mucho más que Martín.

Lucía — Escucho la voz de Juan Pablo.

Me sentí un poco extraña al oírlo decirme así. Él siempre me decía Lu, como todos — No te escondas, te vi bajar del auto.

Maldije a mis adentros. Simón se quitó y me dejó al descubierto.

Excelente.

— Mejor los dejamos solos. — Martín jaló del brazo a Simón y me dejaron con el castaño.

Me ponía muy nerviosa. No era un chico muy fornido. Pero era muy alto y su semblante imponía mucho, además de sus ojos verdes que estaban viéndome fijamente.

— Lu, lo que viste ayer no-

— Juan Pablo, te estabas besando con alguien más — bajé la mirada. No se la podía mantener. Metí las manos al bolsillo de mi saco y recargué mi espalda sobre el auto.

— Lo sé pero, no nos estábamos besando. Ella me besó a mí — No pude evitarlo más, estaba llorando de sólo volver a pensarlo — Lu, créeme por favor. Jamás haría algo para herirte.

Levantó mi rostro hacia él, y con la manga de su saco, limpió mis lágrimas.

— Eres muy importante en mi vida. Te juro y prometo que todo esto es un malentendido.

No tenía la certeza de que él me estaba diciendo la verdad, pero tampoco la tenía de que estaba mintiendo. Me sentía entre la espada y la pared.

Ahora estaba entre el auto y Juan Pablo.

— Villa, no lo sé. Creo que tengo que estar sola un rato. Para pensar.

— Lo entiendo. Tómate el tiempo que necesites. — dejó un beso sobre mi mejilla.

Villamil no era un chico mentiroso. Ni tampoco una mala persona. En realidad era muy sincero y responsable. Mi lado constructivo me decía que tenía que creerle porque confiaba en él. Sin embargo una parte de mí sentía que no me estaba diciendo toda la verdad. Como si todavía estuviera ocultándome algo.

Estaba muy confundida. No sabía muy bien qué hacer. Pero tomando en cuenta que lo que había pasado era muy reciente, lo iba a pensar mejor después de clases. Ahora lo importante era el examen de álgebra. No podía permitirme repetir el semestre.

— Buenos días, alumnos. Espero que hayan tenido un excelente fin de semana — Dice el profesor —. Como ya saben se acerca el examen final de álgebra. Y de acuerdo a mi evaluación durante este semestre, varios de ustedes tienen muchos problemas en esta materia.

Al grano, señor.

— Por lo que he tomado la decisión de asignarles alumnos de otros grados para que les den asesorías. Pueden anotarse en el listado que dejé afuera del aula. A un lado de los nombres de las personas que previamente seleccioné.

Unas asesorías no me vendrían nada mal. Si quería mantener un buen promedio tenía que aprobar ese examen con la mejor calificación posible. Pero si me inscribía tenía que hacerme un tiempo para ellas. Lunes y viernes después de la escuela debía entrenar para la competencia.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora