DIEZ

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Simón Vargas

Sentía un dolor enorme por Lu. Si yo me sentía mal, no me quería ni imaginar cómo estaba ella por dentro. Su padre era su mundo, era en sus palabras, su héroe. Me llenaba de tanta rabia e impotencia verla destruida, que me daban ganas de revivirlo con tal de verla con esa sonrisa tan hermosa que la caracterizaba. Por ahora, lo único que podía hacer por ella, era acompañarla en su duelo.

— Mi tía Mara llegó anoche. Ya está en el lugar— dice dándole un sorbo a su café.

Su semblante era tan amargo como el tinto que llevaba en mano.

— Me alegra oír eso. Sé que te hace bien tenerla cerca. — asintió con la cabeza — ¿Y cómo está Adrián? Ya sabes, con la noticia.

— Confundido. No lo quiere asimilar, y lo entiendo. Honestamente yo estoy igual que él... estoy confundida.

Una lágrima comenzó a rodar por su mejilla y, sin dudarlo dos veces, la sequé con la manga de mi saco.

— Confundida...

— Sí. Supongo que es esa la palabra. Es que, no sé qué voy a hacer. Creo que yo no soy la indicada para criar a Adrián. Sé que él me adora, y obviamente es mutuo. Pero en este preciso instante él necesita a alguien fuerte. ¿Entiendes?

Sentí como si estrujaran mi corazón ante su confesión. Coloqué mi mano en su mejilla y la acaricié despacio y temerosamente.

— Lu, no digas que no eres fuerte. Eres muy valiente. Sé y estoy seguro que hallaremos la forma de que puedan salir adelante. Yo voy a estar aquí para ayudarte, y aunque a Martín le falte poco para irse, seguro que también va a hacer lo posible por estar cerca de ti.

Solté un pequeño suspiro y la miré directamente a los ojos

— Te quiero. No te tortures de esta manera porque no es tu culpa. Y si no quieres hacerlo por ti, entonces hazlo por mí. Porque verte sufrir en estos instantes me está consumiendo por dentro.

Me sinceré lo mejor que pude con ella.

— Saldremos adelante. ¿No? — intentó sonreír a medias entre sus lágrimas.

— Por supuesto que sí, Lucía — dejó un beso en mis labios y se separó de mí.

— Voy por Adrián. Se nos va a hacer tarde — asentí.

Lucía Torres

Yo no quería asistir a ese funeral. No me sentía capaz de ir, y ver el ataúd lleno de flores. A todos vestidos de negro velando y llorando a Miguel. El amable hombre colombiano que había vuelto a sus tierras para continuar con el legado del restaurante de los Torres.

No quería asimilar que en verdad se había ido, ni escuchar los pésame de todas y cada una de las personas que fueran a asistir. Sin embargo, hacía esto por él. Iba a ir de todas formas porque en el fondo sabía que no podía atreverme a no ir al funeral de mi propio padre.

Mucho menos iba a dejar a Adrián llorando desconsoladamente por la pérdida él solo, con mi tía. Debía dejar de lado mi desdén a esas horribles ceremonias aunque sea sólo por 45 minutos. Agradecía que no fuera algo muy grande.

— Hey— digo recargando mi espalda en el marco de la puerta — ¿Ya estás listo, campeón?

Negó con la cabeza.

— Estoy intentando peinarme. Pero siempre me vuelvo a despeinar, Lu. No me gusta tener el cabello así — dice con un poco de molestia.

Me acerqué a él y acomodé su saco. Alboroté sus rizos para deshacerme del fijador.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora