VII

597 57 41
                                    

Nos quedamos ahí, acostados boca arriba viendo hacia el techo. Hablando de banalidades y haciendo uno que otro chiste. Literalmente hacía una o dos horas que nos habíamos besado, y simplemente disfrutábamos la presencia del otro. No podía pedir más.

— ¿Alguna vez has pensado vivir en otro país? — pregunté.

— A veces pienso en lo increíble que sería vivir en Japón. Pero, en realidad amo tanto Bogotá que no sé si podría dejar de vivir aquí. ¿Y tú? ¿Has pensado huir a México o algo así? — me reí y dejé un beso sobre su mejilla.

— Muchísimas veces. Aunque también amo Bogotá. Y de hecho, contrario a lo que cualquiera pensaría, me encantaría vivir en Madrid — se giró hacia mí y recargó su cabeza sobre su mano.

— Madrid es un lugar bellísimo. Me parece un gran plan. ¿Has ido?

— Muchísimas veces, mi abuela era española. Así que voy muy seguido a ver a mi tía que vive allá. De hecho, iré dentro de poco — sonrió y acarició mi rostro.

— Recién nos besamos hace un rato, ¿y ya me vas a abandonar? — solté una carcajada.

— No te voy a abandonar. Sólo serán unos días.

— Supondré que te creo. Pero, para que compenses tu ausencia, tienes que traerme algo raro de allá. Sorpréndeme con alguna cosa extraña — asentí.

— Oye, ¿qué hora es? ¡El concierto de la tea!

Nos levantamos rápidamente y tomamos nuestras cosas. Le hablamos a Martín pero no nos respondía.

— ¿Están buscando a Martín? justo se acaba de ir. Pensé que ustedes dos ya estaban allá — dice Juana, la madre de los Vargas.

— ¡Jueputa! — exclama. Su mamá lo mira con descontento.

— Uy, perdón, mamá. Nos vamos ya porque si no no vamos a llegar a tiempo y mis perros me matan. Chao — dice dándole un beso en la frente.

Me despedí de ella amablemente y salimos corriendo.

— ¡Simón! — digo  jadeando tratando de correr lo más rápido que podía, aunque era inútil porque él era demasiado veloz y me dejaba atrás — ¿No podemos ir en el vargasmovil?

— ¡No! ¡No tiene combustible y no hay tiempo! ¡Vamos, Lu. Mueve esas piernas! — Simón volteaba hacia atrás viendo que cada vez iba más lenta.

— ¡Monchi, de verdad ya no puedo más! — nos detuvimos un momento y comenzó a analizar nuestro entorno. Detuvo su mirada en una pareja con una bicicleta doble.

— Ah no. Simón no podemos robarnos una bicicleta. Estás demente.

— Demente se pondrá Isaza si no llego. ¡Vamos! — terminé por acceder y Simón se acercó corriendo al muchacho.

— Prometo devolvérsela. ¡Es una emergencia!— el chico sin entender mucho de lo que pasaba, asintió más rápido de lo que creí. Me subí como pude en la parte trasera de la bicicleta, y sin más comenzamos a pedalear con rapidez.

— ¡¿Cómo piensas devolverla?!

— ¡No lo sé. Por ahora eso no importa Lu! ¡Concéntrate!

Pude alcanzar a distinguir el letrero de la tea, ya estábamos por llegar.

— ¡Simón, frena! ¡Tenemos que frenar a la vez!

— ¡¿Y cómo hacemos eso?!

— ¡Yo que sé! — tarde. Terminamos estrellándonos contra el basurero del callejón.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora