XXIV

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Esa noche Villa y yo nos quedamos en su casa. Me pidió que durmiera, y me dijo que hablaríamos después con Simón. A decir verdad ni siquiera quería despertarme. Todo esto me volvía loca, prefería vivir bajo las sábanas que salir de esa habitación y verlo a la cara.

— Perdón, Lu. No quería hacer ruido. Es que en una hora tenemos algunas entrevistas— dice el ojiverde buscando ropa entre sus cajones. Sacó su habitual camisa a cuadros, pantalones de mezclilla y una playera color negro.

— ¿Entrevistas? creí que hoy salía el vuelo a Bogotá.

— Sí, a Pedro se le revolvieron un poco los horarios. Hoy es nuestro último día aquí, y mañana nos iremos — asentí con la cabeza.

— Oye, Villa...

— Dime.

— ¿Crees que sea correcto ir con ustedes? — se dió la vuelta.

— Por supuesto que sí. Que el mal de amores no intervenga en tus sueños, Lu — me dedicó una sonrisa y entró al baño para darse una ducha.

En ese momento agradecía siempre cargar con cambios de ropa para ir a fiestas, en caso de tener este tipo de situaciones de último momento. Así que después de Villamil me bañé. Dejé que una vez más el agua caliente cayendo sobre mi cuerpo, se llevara con ella mis penas. Al menos la mayoría de ellas, las suficientes para mantener la compostura durante el día.

Salí sigilosamente del cuarto de Villa, cargando conmigo mi bolsa y en las manos traía los tacones de la noche anterior. Mi plan era irme antes de que cualquier persona me viera, pero claramente fracasé.

— ¿Qué haces saliendo del cuarto de Villa, Lu? — Pregunta mi mejor amigo con un sándwich en la mano.

Salir del cuarto de Juan Pablo, con el cabello mojado y después de desaparecer toda la noche, sin duda se prestaría a malos entendidos.

— Hola. Es que ayer vinimos por su celular y ya no quisimos regresar a la fiesta. Me quedé aquí. Pero no es lo que parece — se cruzó de brazos.

— Lucifer, espero que no estés dando malos pasos. Recuerda que estás saliendo con mi hermano — Si supieras, Martín.

— Por supuesto que no— lo miré molesta — Yo nunca lo traicionaría.

— Muy bien, te creo. Sé que lo quieres. ¿Nos vas a acompañar a las entrevistas? — mordí mi labio inferior en señal de nerviosismo— Después podríamos ir a algún lugar a comer algo rico.

— Eh, no sé. Creo que no es buena idea, Marto — digo no muy segura.

— ¿Por qué? Hoy es el último día acá y muero por unos tacos— bajé la mirada— Vamos, Lu. Sé que no te resistirías a ese delicioso manjar.

— Está bien, pero quiero que sepas que hacer pucheros es trampa — sonrió victorioso.

—  Nunca falla.

—  Cuando seas un anciano decrépito seguramente te va a fallar— levantó los hombros.

— Da igual. Cuando sea anciano me va a fallar la táctica, probablemente la memoria y también los riñones. Puedo vivir con ello— me eché a reír y le quité el sándwich.

— ¡Oye!— Salí corriendo entre risas y comenzó a perseguirme hasta llegar al elevador.

Mala elección porque Martín alcanzó a entrar y tomar de vuelta su desayuno de campeón, como le decía él.

Un sándwich ni siquiera era un desayuno.

— Eres cruel, Lucía. Pero eso no te quita lo lenta que eres corriendo— negué con la cabeza divertida.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora