XVI

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— Martha, ¿podrías levantar un poco más el rostro?— dije ajustando un poco el lente de la cámara.

— ¿Así?

— Perfecto. Justo así. Esta ya es la última.

— ¿Segura que ya es la última?— susurra Simón a mi oído.

— Oye, eres un poco impaciente. Si quieres puedes irte— Bromeé.

— No lo digo por eso. Lo digo porque me estoy divirtiendo y no quiero que se acabe— tiré mi cabeza hacia atrás entre risas.

— Gafas, también yo. Pero no puedo pasar todo el día aquí fotografiando a la feliz pareja. ¡Eso es todo! — me dirigí a ellos — El lunes enviaré las fotos a su correo para que las escojan.

Sin más, aquellos jóvenes ilusionados se retiraron y comencé a recoger mis cosas con ayuda de Simón. Al terminar las subí al auto y lo observé detenidamente.

— ¿Tienes algo que hacer hoy? — preguntó metiendo sus manos a sus bolsillos.

— Pues, en realidad no. En mis planes está irme a casa a cenar con mi tía y Adrián— respondí.

Noté un ligero rubor en sus mejillas.

Este Simón que tenía enfrente era una versión un poco diferente a lo que recordaba. Y no en un mal sentido; sino que era un chico que se podía percibir más tranquilo, tímido y con un aspecto físico algo distinto al anterior.

Lucía una chamarra de esas de blue jean con lana blanca, una camiseta gris, pantalones de mezclilla y sus típicas botas gastadas. Esas no podían faltar en su vida. Cargaba consigo una mochila y su cabello estaba algo más desordenado de lo habitual.

— ¿Por qué me ves así? — preguntó con timidez acomodando sus gafas.

— No, por nada sólo... te ves algo diferente. — frunció el ceño.

— ¿Diferente? ¿Me veo mal?

— ¡No! ¡Te ves bien! ¡Te ves increíble! — el chico esbozó una sonrisa al escuchar lo último.

Bien hecho, Lu. Siempre diciendo lo que piensas en voz alta.

— Gracias. Tú te ves tan bonita como siempre, incluso más... ¿Crees que Mara se enoje si te robo por hoy?

Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo al escucharlo cuestionarme eso. Me hizo recordar a nuestra primera cita. Una cita improvisada en la que ninguno de los dos buscaba nada más que pasarla bien con un amigo.

— Ya soy una niña grande — le dije bromeando — Claro que no se va a enojar. Mi tía Mara no se enoja nunca. Es un amor.

— Lo sé, sólo jugaba. Lo que no es juego es que hoy no vas a cenar con ella. Vas a cenar con los morat. Estoy seguro que se van a alegrar mucho de verte.

Por supuesto que iría. Los extrañaba muchísimo. Sobre todo a Martín, estaba muy emocionada porque no lo había abrazado desde que se fue a Francia, y el saber que al final decidió dedicarse a la música me tenía muy emocionada por él.

— ¿Y dónde se están quedando?

— Rentamos un departamento. Vine caminando, pero no creo que quieras dejar tu auto abandonado aquí en el parque — dice abriéndome la puerta de copiloto.

— Qué amable. No le hagas ningún rasguño a mi auto. Es mi bebé.

— Yo lo era— susurró.

No le dije nada aunque por dentro estaba sentía mil cosas. Él creía que no lo había escuchado y me parecía tierno.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora