XXXIII

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Simón Vargas

Cerré de golpe la computadora al ver a Lucía caer al suelo en aquel video, su cara de dolor y gritos desesperados se sentían como mil pequeñas agujas clavándose en mi corazón. Toda la gente murmurando asustada ante tal lesión, los paramédicos y la entrenadora formando un círculo a su al rededor y por último... verla desaparecer en dirección al hospital, envuelta en lágrimas.

Simplemente desgarrador.

Y ella había caído porque le prometí que estaría ahí y la hice sentirse sola. De alguna u otra manera colaboré en echar a la basura su mayor sueño mientras yo cumplía el mío. Por promesas que en el fondo hasta yo sabía que no era 100% seguro que podría cumplir.

Me quedé sentado sobre el gran sofá de mi casa, con las manos cubriendo mi rostro y tratando de creer lo que mi amigo acababa de decirme. Sentía como si me faltara el aire de alguna u otra forma, sin faltarme literalmente. Era un tipo de asfixia en culpa propia.

— ¿Está seguro de que fue Gabriela, Isaza? Es una acusación seria. Nuestra disquera fácilmente podría tomar represarías contra ella, con trabajos logramos que no las tomaran con Lu— Cuestiona Marto con seriedad.

— De lo único que estoy seguro es de que Lucía no fue, y de que gracias a este orangután — dice refiriéndose a mí— renunció a su trabajo y se fue a quién sabe dónde.

— Basta, Isaza. Deje de echarme la culpa. Ya lo sé, soy consciente de que actué como un imbécil.

— Me alegra que lo admita, no ha hecho mas que lastimarla una y otra vez — dijo sin anestesia alguna — perdóneme si le duele lo que le digo, hermano. Pero es la verdad: usted mismo lo echó todo a perder en el momento en que se volvió novio de Nathalia amando todavía a Lu.

— Sólo quiero hacer las cosas bien.

— Creo que ya es tarde para eso. Lo único que podemos hacer ahora es conseguir las pruebas de que Gabriela es la culpable de lo que pasó, mínimo para limpiar el nombre de Lucía. Ella no merece esto — asentí.

— Y lo más importante: Villa no debe saber al respecto hasta que lo comprobemos. Le haría mucho daño— Negué con la cabeza y volteé a ver a mi hermano.

— No sé si quiero volver a ocultarle cosas a Villamil, eso me metió en muchos problemas.

— Nos metería en más si resulta que no es ella y le echamos la culpa sin pruebas.

— De acuerdo. Cuenten conmigo.

Me quedé en silencio unos segundos, observando a la nada con un nudo en la garganta. Ella se había ido otra vez sin dejar rastro alguno, no había manera de encontrarla porque Nath llevaba días sin responderme los mensajes, y su tía no estaba dispuesta a decirme a dónde había huido. Tan sólo quería verla de nuevo y pedirle disculpas. Me había bloqueado por todos lados.

Isaza se sienta a mi lado, entendiendo la angustia que me invadía porque aunque sabía que ella se encontraba bien, sentía un vacío enorme en el pecho con su ausencia.

— Sabemos que la extrañas — dice brindando dos palmadas sobre mi espalda— pero si ella se fue, lo hizo porque lo necesitaba. Porque ella está cansada de cargar con tanto dolor sobre sí, tan sólo quiere liberarse un tiempo de el caos que tanto la atormenta.

— Ella extraña mucho a sus papás— se une Martín al consuelo de Isaza— extraña a su tía y a su hermano, los dejó en México para perseguir sus sueños. Creo que esta vez lejos de dolernos que desaparezca otra vez, deberíamos estar felices porque al menos se va a sentir más aliviada de todo. Y algún día va a volver y te va a perdonar porque sabes que no es rencorosa.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora