XXIII

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— Eres un maldito imbécil, ¿lo sabías? — grita golpeando mi pecho — Te odio, Simón. Te odio.

— Lu, perdóname.

— ¿Quieres que te perdone? Simón, te estabas besando con otra chica. ¿Y sabes qué es lo peor de todo? que te atreviste a negarlo. Recuerdo perfecto cuando me dijiste que Villa estaba dando malos pasos al confundirse con otra y no decirme nada, y acabas de hacerme exactamente lo mismo. Eso no es justo para ninguno de los dos. ¿Puedes comprenderlo? — me quedé callado.

— Tu silencio me lo responde todo. Lo que más me duele es que esperaste a traicionarme, preferiste crearme ilusiones falsas y venderme un amor que jamás existió. Como si lo hubieras hecho con la perfecta intensión de romper lo que teníamos.

Lucía relajó su rostro y sus lágrimas cayeron sin piedad. El diluvio que desbordaba por sus ojos, en conjunto con sus palabras sin anestesia, clavaba un cuchillo en mi corazón cada vez más y más profundo.

— Me entregué a ti. Y estuve dispuesta a estar contigo incluso a escondidas cuando yo no le debía nada a nadie, ¿le mentí a mis seres queridos para qué? ¿Para protegernos?

— Lu-

— No, para protegerte a ti. Porque esa es la verdad: lo único que querías era que Villa no se molestara contigo. Y fue mi error por creer que en verdad me querías. Ahora vete de mi casa, no quiero verte — el llanto me traicionó y me acerqué a ella para tomar su mano, pero se soltó de mi agarre.

— Perdón por decepcionarte. — sorbió su nariz.

— Sólo déjame en paz — la chica tomó su bastón del sofá y subió por las escaleras de su casa. No sin antes voltear a verme por una última vez.

— Espero que seas feliz.

Lucía Torres

la noche anterior...

Era la fiesta de cumpleaños de Mila, ella estaba muy entusiasmada ya que me iba a presentar a su novio, y yo por fin le iba a contar de mi noviazgo con Simón, ya que estábamos por cumplir un mes y al día siguiente salía nuestro vuelo a Bogotá. Los astros se alineaban perfectamente para que ese fuera el día perfecto en que lo teníamos que contar.

Nada me emocionaba más que eso.

Era increíble imaginarme girando por el mundo con el amor de mi vida, viéndolo triunfar y fotografiando cada uno de sus logros. Una completa locura y un sueño por cumplir, al fin todo se estaba acomodando en su lugar.

— No voy a poder ir, Lu. Perdón.

— Ah, está bien. No te preocupes — digo tras el teléfono, viéndome al espejo con el vestido color verde oscuro, que acababa de comprar para lucirlo frente a él — Ya será otro día.

— ¿Estás segura? si quieres cancelo lo que tengo que hacer y voy contigo.

— No, los temas de tu disco son más importantes. Tranquilo.

— De acuerdo, mi amor. Te quiero, un beso.

Suspiré y lancé el celular a la cama. Volví a observarme en el espejo y me tragué el nudo en la garganta como pude. Sonreí un poco para relajarme, debía acostumbrarme a que la vida de Simón era muy ajetreada, sobre todo con su disco. Escuché el claxon de un auto afuera de mi casa, así que salí, pensando que era la madre de Mila. Quien iba a pasar por mí.

Eran Martín, Isaza y Villamil.

— ¿Qué hacen aquí?

— Mila nos invitó a su fiesta, y no pudimos negarnos — contesta Villa con un notable entusiasmo — súbete.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora