XVIII

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Simón Vargas

Lo que acababa de hacer con Lu era eso que no debía pasar, no debía volver a caer rendido a sus pies. Sabía muy en el fondo que si nosotros dos llegábamos a ser algo más, todo acabaría en caos. Y por alguna razón, aunque mi mente estaba siendo sumamente afectada al respecto, estaba dispuesto a tener algo con ella así tuviéramos que estar a escondidas.

Y allí estaba: embriagándome con su perfume y sus besos tan adictivos. Tenerla recostada a mi lado, respirando lentamente con la mirada perdida era increíble. La amaba y cada palabra que le dije era verdad. Odiaba que fuera todo tan complicando.

— ¿En qué piensas? — pregunta recargando su mentón en la palma de su mano.

— No quieres que te diga — respondí.

— Sí quiero, gafas. Por eso te pregunté — bajé la mirada y reí un poco.

— Pienso en lo mucho que me gustó esto. Lo haría todas las noches si-

— ¿Qué te lo impide? — mi sonrisa fue borrándose de mi rostro lentamente.

Me acerqué más a ella y acaricié con delicadeza su rostro.

— Tú sabes bien qué es lo que pienso. Porque sé que muy en el fondo tú también lo has pensado. Y te lastima tanto como a mí— asintió y se quedó en silencio unos segundos.

— Probablemente habrán consecuencias— respondió abrazándose a mí.

— Mientras seamos tú y yo... a escondidas o no, voy a disfrutar cada segundo contigo.— la sentí aferrarse más a mi cuerpo.

— Entiendo.

—Lo sé. Y también sé que te estoy pidiendo mucho al ocultar lo nuestro. Lo siento.— sonrió con cansancio y depositó un beso sobre mi mejilla.

Era lo único que se me ocurría hacer para estar cerca de ella. No podía perder la amistad de Villa, ni quería causar estragos en la de Isaza y él, mucho menos hacerle un daño a Lu con una relación formal conociendo mi nuevo estilo de vida y fallarle como lo hice el día en que me monté a ese avión y no llegué a tiempo a la competencia de patinaje.

No quería arruinar nada, pero tampoco me sentía tan fuerte como para tenerla cerca de mí y no besarla hasta en cansancio, no decirle cuánto la amaba y cuánto quería tomarla de la mano. Tal vez sería un secreto, pero era nuestro secreto y eso bastaba para mí.

Lucía Torres

Simón se levantó de la cama y se vistió rápido. Besó mi frente y me dijo que podía dormir tranquila, que él se encargaría de decir que me sentía mal y que iba a tomar una siesta. Asentí y cuando se fue recibí una llamada de mi tía Mara.

— ¡Lu! Por fin me respondes. Estaba preocupada. Tu sesión terminaba a las seis y ya son las diez.

— Perdón, tía. Es que me crucé a un viejo amigo y nada, surgió este plan para charlar un poco — le dije — aunque la verdad ya es muy tarde, tal vez me quede aquí.

— Tranquila. Está muy bien, es sólo que no me respondías y pensé lo peor— dijo riendo un poco.

— Prometo estar más pendiente, lo siento. Los quiero. Dile a Adrián que mañana para compensar la cena de hoy, yo lo llevo a su entrenamiento.

Cuando finalizó la llamada, me quedé viendo al techo. Me sentía relajada, pero no tenía nada de sueño. Simón me dijo que durmiera un rato y en verdad por más que intentara quedarme dormida, no podía.

Me vestí y salí a la sala al escuchar sus risas, estaban viendo una película.

— Lu.

— Hola, perdón. No quería interrumpir.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora