I

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Diría que los rayos del sol entrando por mi ventana me despertaron. Pero la realidad es que en Bogotá estaba muy nublado. Lo que provocó que abriera los ojos fue mi hermanito menor picándome para levantarme de la cama de una buena vez. Y no quería ni tenía ganas de ir a la escuela ese día. No podían obligarme, pero era tan cobarde que no me atrevería a faltar a la escuela y echar por la borda mi promedio. Ya me conocía: era muy distraída, y si me descuidaba un poco, mi organización se iba por el caño.

— Lu, se hace tarde para el colegio. — bufé. Se suponía que le tocaba llevarlo a mi padre. No era justo.

— Apresúrense, entonces. — me quejé — Hoy le toca a papá llevarte.

— Dijo que tenía que irse temprano hoy. — asentí y tallé mis ojos para poder despertar mejor.

— Entiendo.

Me levanté de la cama y me metí a bañar, el agua recorriendo mi cuerpo logró despabilarme. Pero no pude evitar que mis lágrimas se mezclaran con las gotas que caían de la regadera. Aún costaba asimilar lo que había visto la noche anterior.

Mientras preparaba el desayuno de Adrián y el agua para el café hervía, mi celular sonó. Juraba haberlo apagado después de tantas llamadas de Juan Pablo. Si era él otra vez arrojaría el celular por la ventana.

— Lu, ya odio tu teléfono. No deja de sonar. — dice el pequeño de mal humor.

— Yo también. — respondo con disgusto levantando el celular para ver quién insistía tanto.

Era Martín. Y temía hablar con él porque no quería que supiera todavía lo que había pasado. Sin embargo tampoco quería que se preocupara — ¿Hola?

— ¡Lucifer! ¡Al fin apareces! ¿Por qué no atiendes mis llamadas? — preguntó. Estoy casi segura que sonreía, como siempre.

— Es que estoy algo ocupada, nos vemos en el colegio.

— Por eso te llamo, adivina.

— ¿Qué cosa adivino? — cuestioné tratando de sentir algo de interés. No por ser mala persona, simplemente estaba triste y no me sentía con ánimos para muchas cosas.

— Mis papás nos regalaron un auto a mí y a Simón. Aunque, bueno, antes de usarlo tengo que aprender a conducir. Mientras tanto, usted y yo tenemos chófer personal — me reí.

— Siga soñando, chino. — escucho la voz de su hermano — Los llevo al colegio, pero hasta ahí.

Simón Vargas era uno de los chicos más populares del colegio, aunque él ni siquiera se percataba de que lo era. Últimamente daba mucho de qué hablar por ser bajista de la banda que tocaba en la tea los jueves. Así que eso le sumaba muchos puntos a su estatus en el colegio.

Igualmente con mucho esfuerzo lograron que los dejaran presentarse ahí porque Isaza y Villamil eran menores de edad. Aunque ahora tenían casi 20 años y las cosas andaban más o menos igual. Eso me causaba conflicto, tenían un gran talento. Al menos ya no tocaban en ese extraño y contradictorio restaurante vegano, en el que por alguna razón servían pollo.

— Así que, vamos en camino por ti, Lu. Supongo que estás lista.

— Lamento decepcionarte, amigo. Pero hoy tengo que llevar a Adrián al colegio en unos diez minutos. Lo siento.

— ¿Cómo así? ¿No era que le tocaba a tu papá hoy?

— Lo mismo dije, pero al parecer tuvo que irse temprano. Justo encontré la nota pegada en la nevera.

Lulu, al parecer hay algunos problemas con las estufas del restaurante. Hoy me iré temprano, besos. Lleva a Adrián al colegio.
- Súper papá

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora