Final

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— ¡Lucía! — grité con fuerzas. Inmediatamente y sin importarme nada, metí los brazos en intenté localizarla con ellos, pero ella ya no estaba allí.

Comencé a llorar de desesperación y del dolor que el agua helada provocaba. Con la ansiedad recorriendo cada parte de mi ser comencé a buscarla sacudiendo con la mano la superficie del hielo para deshacerme de la nieve, hasta que mi vista logró ubicar aquel suéter color rosa. Con mi pie comencé a pisar con fuerza hasta lograr hacer otro hoyo y volviendo a meter las manos, logré tomar su brazo y la jalé con todas mis fuerzas hasta poder sacarla de allí. Sus labios se encontraban de un tono casi morado.

— Despierta, Lucía por favor despierta. No me hagas esto — le rogaba con desespero. Intentaba darle respiración de boca a boca pero no lograba nada — ¡Vamos Lu! ¡Por favor! ¡No me dejes!

Ya no tenía pulso. Mis lágrimas caían una tras otra y el intenso nudo en la garganta las acompañaba.

— Mi amor por favor no me hagas esto. Lucía eres el amor de mi vida. No puedes dejarme, tendremos una hija, ¿recuerdas? — saqué de mi bolsillo la caja con el anillo de compromiso, pues mi plan inicial era proponerle matrimonio allí— te prometí que algún día nos casaríamos y así será. Tendremos una hija como tanto anhelas y la llamaremos Lily.

Seguí intentando darle respiración boca a boca. Pero era inútil.

— Lucía, Lucía despierta amor. Recuerda lo que te dije, que si te ahogabas te daría mi aire — la aferré a mi cuerpo y seguí tratando de despertarla sin éxito— acéptalo. Respira mi aire, pero despierta.

Negué con la cabeza. No podía ser. Ella no podía estar muerta.

— ¡No! ¡No! ¡No puedes irte! ¡No puede acabar así! — la tomé entre mis brazos y caminé entre el frío hasta llegar a la cabaña. La recosté sobre la cama y llamé inmediatamente a Villamil.

— Perro, es medianoche. ¿Qué pasa? — sollocé con todas mis fuerzas.

— Lucía. Lucía esta muerta — dije con el alma desgarrada — se fue. No logré salvarla, le juré que si caía yo la sostendría y no cumplí con mi promesa.

— ¿Qué estás diciendo? Simón dime que no es broma, ¿qué fue lo que pasó? — escuché su voz cortarse tras el teléfono.

— ¿Te suena a una maldita broma, Juan Pablo? — mi corazón no lograba resistir el dolor enorme que estaba sintiendo. Dejé caer el teléfono al piso y me aferré a su frío cuerpo. Si era una pesadilla quería que terminara de una buena vez por todas.

Pasaron varios minutos, ni siquiera sabía cuánto tiempo, tal vez incluso habría pasado una hora pero el tiempo no me interesaba. El tiempo se había vuelto una odisea porque le había perdido la noción. Sentía aquella pesadilla volverse mi nueva eternidad.

Escuché varios golpes a la puerta y me levanté sobre exaltado a abrirla. Mis amigos entraron asustados a la casa y buscaron con la mirada a mi Lucía, quien yacía en la cama con los ojos cerrados y la piel pálida.

— ¡Lu! — Su tía Mara la vió sumamente preocupada y se dejó caer al suelo de rodillas frente a ella — ¿Qué le pasó? ¡Simón, por qué no está respirando!

Sollocé aún más fuerte.

— Cayó al lago. Salimos a jugar a la nieve y — respiré profundo — y ella quiso patinar sobre el lago. Le dije que era una mala idea pero se confió y el hielo comenzó a romperse.

— ¡No! ¡No! — Judith gritó de una manera desgarradora y se aferró a los brazos de su mejor amiga. Ambas comenzaron a llorar intentando encontrar refugio una con la otra. Me dejé caer sobre el sofá en shock. Me quería engañar a mí mismo con que eso no estaba pasando. Pero era la triste realidad: Lucía había muerto y no había nada que yo pudiese hacer al respecto. El día en que ella murió, yo morí con ella.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora