XXXVIII

417 30 34
                                    

Me atrevería a decir que ese fue el beso más dulce que había recibido nunca. Nunca extrañé tanto unos labios como echaba de menos los de ella. Tan sólo quería estar abrazado a su cuerpo cada mañana y que ella tomara la iniciativa de robarme el aliento sin permiso, sólo comprobaba que de pronto no debíamos empezar de cero. Estábamos hechos el uno para el otro, y si no era así, nos encargaríamos de moldearnos a nuestro modo porque esta vez nada nos iba a separar.

A falta de aire nos despegamos el uno del otro con lentitud, Lucía se aferró a mí y acomodó su cabeza sobre mi hombro. Para acercarla más, atraje su cintura con mi mano y la apegué a mi cuerpo. Qué sensación tan más tranquilizante. No necesitaba nada más.

— Te amo, Simón — susurró a mi oído— no sé si eres real o te estoy soñando. Hace un momento sólo te pensaba como una causa perdida y te imaginaba feliz con otra chica, y entre más intento soltarte, más tu recuerdo se aferra a mí.

Dejé un beso sobre su coronilla.

— Soy real. Estoy aquí. Yo vine a casi medianoche hasta aquí sólo para buscarte, Lu. Porque en este momento no quiero nada más que estar contigo, abrazándote hasta verte dormir.

— No podría dormir de la emoción — ambos nos echamos a reír y me dejé deleitar un poco con aquel melodioso sonido que emitía su cuerpo. Nadie se reía de esa forma tan hermosa en que ella lo hacía — pero estoy dispuesta a concederte ese honor.

La rubia se levantó del suelo y me tendió la mano, sin dudarlo ni dos segundos la tomé.

— Hoy voy a dormir con el bajista de la banda latinoamericana del momento — mordió su labio inferior con una sonrisa e hizo un baile gracioso con las manos y la cadera, lo que provocó que soltara una sonora carcajada — seré la envidia de muchas.

— Probablemente, pero no creo que se enteren.

Hizo un puchero con el ceño fruncido.

— Gafas, ya no voy a guardar secretos si eso es lo que piensas — negué con la cabeza y me acerqué a ella para dejar un pequeño beso sobre sus rosados labios.

— No le voy a ocultar al mundo lo mucho que te quiero — noté el nerviosismo en su rostro y me tomó de la mano para entrar a su casa.

Se llevó el dedo índice a la boca para indicarme que hiciera silencio, puesto que su tía y su hermano se encontraban durmiendo. Hice caso y entramos a hurtadillas subiendo con cautela cada escalón.

Al entrar a la habitación, la chica me tomó desprevenido y me empujó a la cama haciéndome caer sentado. Algo apenado por su actitud coqueta, le quedé perplejo.

— Por fin te dejé sin habla, Simón — dijo acercándose a mí y levantando con un dedo mi barbilla, haciendo que nos viéramos fijamente.

Yo no iba a dejar eso así, por lo que la jalé hacia mí, provocando que se sentara en mi regazo y sin previo aviso la besé.

— Me sorprendiste un poco, pero fue porque me tomaste desprevenido — la recosté sobre la cama y me acomodé sobre ella dominantemente sin aplastarla — esto no se va a quedar así.

Sonrió gustosa y comencé a besar su cuello con desespero.

— ¿De qué te ríes, boba? — pregunté con diversión.

— Tu barba me está haciendo cosquillas.

— Admítelo: te encanta mi barba.

— La verdad sí, todo lo que venga de ti me encanta — sonreí para ella y volví a besarla.

Nunca eché de menos a alguien como a ella y a su cuerpo, a su hermoso rostro cerca del mío y su respiración sobre mi mejilla. Esta vez estaba completamente seguro de que no la soltaría por nada en el mundo.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora