XXV

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Mis ojos se abrieron lentamente, mi almohada estaba húmeda a causa de las lágrimas que había derramado. Por la ventana pude observar que ya había oscurecido, lo que indicaba que después de llorar tanto, me quedé dormida todo el día. El hambre se hacía presente, y por menos ganas que tuviera de levantarme, necesitaba comer algo.

Salí de mi habitación y noté que las luces estaban prendidas, se oían algunas risas abajo. Así que bajé por las escaleras y vi a Villamil jugando FIFA con mi hermano. Ambos suficientemente concentrados como para percatarse de mi presencia, caminé hacia la cocina y vi a Isaza y Martín sentados frente a la barra, charlando animadamente con mi tía Mara, quien les servía chocolate caliente y les ofrecía galletas con chispas.

Se veían muy felices, tanto como para no decir ni una palabra porque no quería contagiar mi tristeza. Me di la vuelta, pero escuché la voz de mi tía.

— Lu, despertaste — suspiré e intenté poner mi mejor cara para ella.

— Sí, estaba cansada. ¿Cómo te fue en el trabajo?

— Bien, linda. Un poco pesado pero tus amigos vinieron a sacarme una sonrisa. Técnicamente vinieron a buscarte a ti, pero no pude evitar invitarles chocolate, con el frío que está haciendo — me reí y tomé asiento junto a Martín — Bueno, me dió mucho gusto verlos de nuevo, chicos. Me voy arriba.

Mi tía se retiró y me dejó con ellos. Sentí el brazo de Martín posarse sobre mis hombros, esta acción acompañada de un beso sobre la frente.

— ¿Qué hacen aquí? deberían estar paseando por la ciudad antes de irse.

— No podríamos ir a pasear sabiendo que estás aquí sola, y menos después de-

— ¿Ya les contó?— Isaza suspiró con la mirada baja y asintió — ¿y cómo está?

Me miraron confundidos.

— ¿De verdad quieres saber? — recargué mi mentón sobre mi mano.

— Le dije que lo odio, quiero saber cómo se siente.

— Villa te puede contar — dice mi mejor amigo, fruncí el ceño al escuchar eso.

— ¿Villa? — justamente, Juan Pablo entró a la cocina y se dió cuenta que yo estaba allí.

Antes de decir cualquier cosa me observó temeroso, y se acercó a brindarme un abrazo. Acarició unas cuántas veces mi espalda.

— ¿Cómo te sientes? — sonreí a medias.

— ¿Debo responder? — negó con la cabeza.

— Villamil, dime qué es lo que te dijo. Quiero saberlo — relamió sus labios como de costumbre y tomó asiento frente a nosotros, del otro lado de la barra. Acomodó su cabello en señal de nerviosismo.

— Lo único que debes saber es que él está muy mal, lo demás, por tu salud mental es mejor que no te lo diga — asentí aunque no comprendía del todo.

Después de ese momento fugaz en el que mis amigos estuvieron para darme unos cuantos ánimos, y acabar por convencerme de seguir trabajando con ellos, subí a hacer mis maletas y prepararme para el día siguiente. Era la primera vez desde mi accidente que iba a regresar a Bogotá, y me causaba un poco de ansiedad. Pero lo hacía por mí y por mis amigos.

Más por ellos que por mí, en realidad.

En ese momento la Lu que todos conocían estaba fuera de servicio, estaba tratando de pegar cada parte de su corazón roto, aún sabiendo que era inútil porque le faltaba una pieza para armarlo. Lo de afuera era una fachada, el "estoy bien" en realidad se traducía a "sólo quiero volver el tiempo atrás". Y mis medias sonrisas, dolían más que mil palabras.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora