XXVII

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Pasaron unas sólidas dos semanas desde esa última vez que besé a Simón. Habíamos continuado con normalidad nuestra amistad, si así se le podía decir. Más que nada por nuestra relación profesional.

Tragué saliva en el punto de encuentro con Roxanna, estaba muy nerviosa. Ella por fin había respondido a mis llamadas pero, al menos tras el teléfono, no se le notaba el entusiasmo por volver a vernos. Observé hacia todos lados sentada sobre la banca del parque, esperando a verla y con el miedo a quedar plantada. Si no llegaba en seis minutos más, seguro saldría corriendo de ahí.

Bajé la mirada hacia mis zapatos y mi vestimenta, sabía que no era importante pero quería darle una buena impresión después de tanto tiempo. No estaba tan mal, supongo. Levanté la mirada y me topé con la pelirroja acercándose hacia mí. Sonreí para ella, pero esta no se veía igual de contenta que yo. Por lo que evité abrazarla.

Era raro. Roxanna y Natalia habían sido mis mejores amigas desde que llegué a Bogotá cuando niña, y que ahora me tratara como a una extraña me parecía muy raro.

— Rox, me alegra que hayas venido — asintió y tomó asiento a mi lado.

— Escucha, Lu. Estoy aquí porque soy consciente de que tienes que saber por qué no te contesté en todo este tiempo — la miré con preocupación.

— Sí. Por eso quería verte — miró un momento a sus pies y devolvió su mirada a mí.

— Mira, hace tiempo que le di muchas vueltas al asunto y lo cierto es que no quiero ser amiga de alguien tramposa, y que para colmo se victimiza y miente.— fruncí el ceño.

— ¿Perdona? — cuestioné completamente sorprendida. Esperaba cualquier cosa menos eso.

— No finjas conmigo, por favor. No me lo hagas difícil. Natalia y yo ya sabemos la verdad hace tiempo — negué varias veces con la cabeza.

— Genuinamente lo digo, no tengo idea de lo que estás hablando. Deja los rodeos y dime bien qué pasa.

— Lu, saboteaste a Keyla en la competencia interna para ir a la internacional— me quedé helada. De verdad me costaba creer que me estaba diciendo esa sarta de tonterías.

— Rox-

— No lo niegues, ya ni hablar de Simón. Era el interés amoroso de Keyla y aún sabiendo eso, te metiste con él. Pero sobre todo, llegaste muy lejos cayendo a propósito en la pista para que nadie sospechara de ti.

— De verdad estoy confundida y me ofende mucho que después de tantos años de conocerme hallas creído todas esas estupideces. — tomé el bastón entre lágrimas y la miré con rabia — ¿Tú crees que sabotearía toda mi carrera y viviría con esto solamente por una chica que me odia?

— Ella no inventó nada, tú sí. Así que si ya te quedó claro y porque era necesario que supieras, tú y yo no somos más amigas. La verdad, dudo que esa lesión sea real.

Eso fue la gota que derramó el vaso. Elegí sólo levantarme sin decir nada más y me decidí a irme.

— ¿No era que no podías caminar? ¡Hipócritas! — detuve mi caminar pero respiré profundo antes de hacer algo estúpido.

— Mira, lo que pienses o no ya ni siquiera me importa. Sólo vete al carajo y ya. Cree lo que tú quieras, pero te vas a arrepentir el día en que te enteres que todo lo que esa chica te dijo es mentira — sin más seguí con mi camino pero choqué con alguien.

Me miró de arriba hacia abajo con una sonrisa cínica.

— No puedo creerlo, después de tanto no me imaginaba toparte aquí justamente a ti. — giré los ojos e intenté seguir con mi camino pero me detuvo.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora