VIII

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Al fin estábamos de vacaciones. Ya había pasado un tiempo después de todo lo sucedido con Villamil. Los suficientes días como para disminuir mi enojo y dejar todo pasar.

No había podido porque estaba en España, pero estaba completamente dispuesta a pedirle una disculpa a Juan Pablo por la manera en que lo traté. No era justo para ninguno. Y ese no era mi único cabo suelto.

Había dejado a un chico de cabello oscuro esperando mi regreso, esperando a ver qué iba a pasar con nosotros dos después de compartir varios besos, libros, canciones, un café amargo de los que tanto me gustaban.

— Te extraño. Ya no puedo aguantar las ganas de verte, Lucifer — escucho tras el teléfono.

— Ni yo, gafas. Me has hecho falta — suelta una pequeña risita.

— Te esperaré en el aeropuerto. Tengo noticias. Quisiera adelantarte algo pero me debes un café — respiré con tranquilidad.

— No se me olvida, hoy tomaremos ese café sin falta. Yo también te tengo noticias. Ya te dejo, porque mi tía me está haciendo señas.

— Besos, Lu.

Corté la llamada y arrastré conmigo mi equipaje. A Madrid no había venido con muchas cosas, pero de regreso llevaba algo especialmente grande. Para mi colombiano que tanto ansiaba saber con qué lo iba a sorprender.

— Ay, Lu. Esta semana se fue muy rápido— mi tía me da un enorme abrazo — Hace tanto que no los veía y en un abrir y cerrar de ojos ya se van otra vez.

La pelirroja me soltó para llenar de besos a mi hermano.

— Ya, tía. Es demasiado amor por hoy — responde mi hermanito con un poco de disgusto. Ella lo miró con ternura sin importarle, y revolvió sus rizos rebeldes, tal y como siempre lo hacía yo.

Sin más, después de despedidas, check in y horas de espera sentada, abordamos al avión. Me coloqué los audífonos y me acordé de una plática divertida que tuve alguna vez con Simón acerca de qué era peor: que el avión cayera en picada hacia el suelo, o hacia el mar.

No dejaba de pensar en él ni un segundo, en cuánto extrañaba nuestras charlas interminables, en cómo pasábamos de un tema a otro hasta que nuestras bocas se secaban.

Todo en ese chico me cautivaba de manera increíble. No podía creer que después de tanto tiempo de saber de su existencia nunca fui capaz de en verdad conocer su interior, y todo lo que era él.

De algo estaba segura: quería seguirlo estudiando. Simón Vargas era un enigma que me causaba suma curiosidad. Un libro que quería leer, y subrayar con naranja mis partes favoritas.

— Lulu — mi hermano me pica con su dedo — ¿Extrañas a mamá? — pregunta de pronto.

fruncí el ceño. Él era tan sólo un bebé cuando ocurrió el accidente. Nunca había preguntado sobre ella, al menos a mí no.

— ¿Por qué lo preguntas? — cuestioné.

— Es que le pregunté a papá por ella, pero él está triste. No le gusta hablar de eso y, yo quiero saber más. ¿Era bonita? — me contuve las lágrimas.

— Era preciosa, corazón. Tenía el cabello tan esponjado como el tuyo. Y le gustaban mucho los listones de colores, dependiendo de su sentir, variaba el color — suspiré — claro que la extraño, Adri.

bajó su mirada y comenzó a jugar con sus manos.

— Lu... ¿Tú crees que si ella no estuviera en el cielo, y estuviera aquí, me querría tanto como te quiso a ti? — sus palabras me estrujaron el corazón.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora