XXIX

354 34 14
                                    

Simón Vargas

Cuando ella bajó del auto por fin pude dejar que las lágrimas corrieran sobre mis mejillas despiadadamente, era un idiota. Eso lo sabía. Pero también sabía que me daría más tranquilidad saber que poco a poco ella estaría dispuesta a olvidarme y así no sufriría más por mí.

Cada día era más difícil tratar de demostrarle amor a Nath, porque le tenía afecto, pero en verdad no lograba mover ni un poco mi corazón. Lu estaba equivocada. Jamás le arrebataron mi corazón porque ella seguía siendo la dueña. Y probablemente lo sería por mucho más tiempo que sólo rogaba fuera efímero. La amaba pero por su bien debía dejar de hacerlo.

Estábamos por dar un concierto en Chile. Ya habíamos dejado Bogotá para seguir con nuestra gira y promoción a nuestro nuevo sencillo. Nathalia no pudo acompañarnos así que sólo éramos nosotros, Lu y nuestro equipo.

Qué tortura seguir como si nada. Mirarla a escondidas para que no se diera cuenta, admirar lo hermosa que se encontraba con ese color más claro de cabello. Antes era café oscuro, ahora era un rubio oscuro que resaltaba sus ojos mieles.

— Apúrate, Simón. Ya casi termina mil tormentas y te toca — dice la chica apresurándome.

— ¿Me tomarás buenas fotos? — se rió.

— ¿Crees que no lo haré? Por supuesto. Ahora sal — suspiré y acomodé un poco mi camisa.

Lucía Torres

Fui hasta la primera fila, justo en la parte de en medio para comenzar a tomar las fotos de Simón. El chico ya había entrado y se sentía la expectativa del público.

Era la única canción de Simón hasta el momento. Me llenaba el alma saber que por fin se había animado a cantar para la banda como tantas veces le pedí que lo hiciera, su voz era tan dulce y grave que lo único que quería es escucharlo cantar toda la vida. Enfoqué un poco para retratarlo, caminando de un lado a otro por el escenario mientras comenzaba el discurso de la canción. Pero noté algo raro: lo había cambiado.

— Y a uno le muestra que cosas como... quedarse sin aliento son muchísimo más literales de lo que uno alguna vez pensé — bajé la cámara con el ceño fruncido — O que las malditas mariposas en el estómago, sin que nadie todavía pueda explicarme muy bien por qué... sí se sienten como mariposas.

Simón al decir esto me observó fijamente, lo que hizo que bajara la mirada por los nervios.

— Este tipo de personas lo que hacen es que a uno le roban el corazón y jamás lo devuelven. Y sin embargo... uno a primera vista podría pensar que ojalá a uno no le pasara, ojalá uno pudiera mantener su corazón intacto — Intenté tragar saliva para deshacerme del nudo en la garganta pero fue en vano — Pero pensarlo revela, que de hecho es todo lo contrario: menos mal existen personas que se toman el tiempo de robar un corazón. Porque no es tan fácil. Porque toca guardarlo, tenerlo, muchas veces repararlo. Es por eso que a estos ladrones y ladronas uno les dedica y escribe canciones. Y esta es una de ellas. A mí también me robaron el corazón sin previo aviso, y déjenme decirles algo: quiero aprovechar cada segundo de este momento mágico con todos ustedes, para compartirles un poco de lo que quedó de mí cuando escribí ladrona.

Mi rostro se bañó en lágrimas con todas las palabras que había dicho. No sabía si mi mente estaba queriendo jugarme una broma pesada, haciéndome mil ideas por segundo en la cabeza; o si mi corazón era el que se ilusionaba sin motivo alguno. Estaba yendo muy rápido al pensar que lo que había dicho era para mí.

Él ya me había aclarado que lo que sentía por mí se agotó. Ya no había nada de lo que fuimos en él, como si el mar se lo hubiera tragado todo repentinamente. Tal vez como si fueran cartas encerradas en un cajón secreto.

— Oí que ladrona se la dedica a Nath — escuché a las chicas a mi lado hablar con emoción.

No hice más que contenerme, limpié mi rostro con rapidez y traté de mantener la compostura durante el resto de la canción. Aunque innegablemente la letra, cada frase de ella me quedara como anillo al dedo.

Porque al final, sólo te encuentro en esos sueños... Como no estás, voy a intentar seguir... durmiendo.

Ojalá fuera tan sencillo como intentar seguir durmiendo. Ojalá tener la fortuna de perderme en mis sueños con él y escapar de la cruda realidad en la que estaba carcomiéndome a mí misma por no lograr ser su ladrona. Por no ser la indicada.

Me golpeaba mentalmente por dejarlo ir. Ahora ya era demasiado tarde.

El concierto acabó con éxito y todos nos dirigimos al backstage, había comida y gente del equipo celebrando lo grandioso que había sido. Sin duda uno de los mejores conciertos que habían dado. Sonreí y abracé a los cuatro chicos con emoción, estaba feliz por ellos.

De repente noté que mi celular comenzó a vibrar en mi pantalón. Lo saqué y me percaté que era un número que no conocía, pero tenía el lada de Colombia.

Por alguna razón contesté, sabía que no debía responder llamadas de desconocidos pero fue un simple impulso.

— ¿Hola? ¿Quién habla?

— ¿Te estás divirtiendo con mi novio, Lucía? — escuché la voz de Gabriela tras el teléfono.

Fruncí el ceño y salí del camerino hacia un lugar en el que no hubiera nadie.

— Mira, Gaby. No tengo tiempo para tus juegos. Ni tampoco tengo que aclararte por quinta vez que Villa y yo no estamos juntos hace mucho tiempo. Somos amigos.

— ¿Crees que soy ingenua? — se rió amargamente — Te acostaste con él el día en que nos conocimos tú y yo. Yo misma los vi dormir juntos en su habitación.

— Estás loca, de verdad. Deja de hacerte ideas en la cabeza.

— Ambas sabemos que lo que te digo es verdad. Y la vas a pagar caro. Ya lo verás, mejor cuídate la espalda. Porque tienes más de un enemigo.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.









Corto pero muy necesario. Agárrense para el drama porque estamos por entrar al capítulo treinta y se va a desatar todo...

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora