TREINTA

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Estaba que me comía las uñas de la ansiedad que sentía. La sesión de fotos para balas perdidas se aproximaba cada vez más y los nervios de no hacer las tomas perfectas y dignas de ese álbum me consumían. Entendía el concepto, pero no lograba comprender del todo qué era lo que los chicos querían retratar exactamente en las fotos. Tenía miedo a no llenar sus expectativas.

El tiempo vuela tan rápido que un abrir y cerrar de ojos habrían pasado por lo menos unos seis meses desde que comencé a trabajar con la banda. Me alegraba por completo que mis sentimientos hacia Simón no interfirieran en la armonía que teníamos. Éramos buenos amigos y con Nath me llevaba excelente. Nada me causaba más felicidad que verlo tan contento con ella. Merecían todo lo bonito del mundo. Ambos eran personas increíbles, y lo único que quería es que estuviera bien.

Así eso implicara que yo me quedara a la deriva.

— Buenos días, Lu. ¿Cómo amaneciste? — Pregunta Nath saludándome con un beso en la mejilla. Nos encontrábamos en un estudio de Bogotá.

La ahora pelirroja se había ofrecido a ayudarme con el set para la primera parte de las fotos, que era precisamente en donde me estaba fallando la creatividad.

— Bien, dentro de lo que cabe. Últimamente el insomnio me está matando de a poco y justo ahora estoy ansiando dormir aunque sea unas horas.

— Estoy igual, no tengo insomnio pero estuve trabajando toda la noche en el siguiente video que tengo que subir. ¿Ya pensaste cómo harás la sesión?

— Me encanta la idea de balas perdidas, pero no se me ocurre alguna forma en que no se represente tan agresivamente en las fotos. Estamos hablando de canciones de amor — dije tomando un sorbo a mi café.

— Tienes razón, es difícil. ¿Los chicos no te dieron alguna idea? — negué con la cabeza.

— Lo básico. Que así como hay tiradores que pierden sus balas, hay compositores que extravían sus canciones. No sé qué tan buena idea sea que salgan en la portada con pistolas o algo así. Podría malentenderse el concepto que quieren dar — se quedó pensando.

— ¿Y si le disparamos a un tocadiscos? Ya sabes, para que queden los restos sobre el suelo y tomas las fotos de los chicos ahí — anoté la idea en mi cuaderno y los chicos por fin se dignaron a llegar.

— Tarde, como siempre — dice Nath en broma saludando a cada uno. Dejó un beso en los labios de Simón, sacudí un poco mi cabeza y me dirigí hacia Isaza.

— Isa, tenemos un pequeño problema — me observó con preocupación.

— ¿Qué tan pequeño? ¿Qué pasó?

— Tranquilo, no es tan grave. Espero. La verdad es que Nath y yo nos hemos estado rompiendo la cabeza durante toda la semana tratando de pensar en qué hacer exactamente para las fotos. Creemos que las balas y eso se pueden interpretar un poco... agresivo.

Suspiró con tranquilidad.

— No te preocupes, nosotros también pensamos en eso. Se nos ocurrió involucrar flores. Son más delicadas y podrían representar un poco la fragilidad. ¿Qué te parece?

— Wow, no lo había pensado. Me parece increíble.

— Las flores ya las están trayendo, Andrea tiene una amiga con una florería así que ella misma las va a traer.

— Perfecto. Entonces, vayan a cambiarse para ir iniciando.

(...)

Después de ese largo día de trabajo arduo regresé a casa muerta del cansancio. Había salido todo bien, me ocupé hasta el día siguiente de editar las fotos y en cuanto las terminé, me dirigí orgullosa a casa de Isaza, donde nos reuniríamos todos para verlas en conjunto.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora