XXXV

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En este cuento, la culpa, el miedo y las mentiras eran los principales motivos por los cuales me había metido en embrollos. Uno no se muere de amor, pero vaya que mínimo más de una golpiza está asegurada. El amor era como Floyd Mayweather Jr, y yo, yo era su saco de boxeo.

El miedo: el encargado de inaugurar la pelea propinando un puñetazo en el rostro. La culpa: ansiosa por abofetearme hasta el cansancio. Las mentiras: consecuencia del miedo y la culpa, estas al principio funcionan para evadir los golpes, y después apuñalan por la espalda y hacen el trabajo sucio de dar el golpe en el estómago que a uno lo deja sin aliento, sumando una gran patada en el culo.

Genial, esta vez se les sumaba una nueva compañera: La cobardía.

Lo tenía todo para ir a buscarla, sabía dónde estaba, sabía que sí iba a Madrid ella estaría leyendo un buen libro con música que se ambiente a el mismo, en la enorme casa de su tía Mara, donde pasó la mayor parte de sus vacaciones cada año.

Aún recordaba aquellas charlas buenísimas que teníamos, de esas en que hasta los datos un poco irrelevantes salían a flote. Qué ironía que varios de ellos tomaran un papel tan importante para nuestro futuro.

Desde que estuve en un colegio católico decidí que definitivamente no quería entregarme a dios — dije entre risas, acostado sobre la manta azul pastel, bajo las estrellas — Cuando tenía quince, me volví metalero.

— ¡Yo también! Honestamente no creo que recuerdes esa etapa de mí, siempre me ignorabas — la recordaba muy bien.

— No, la verdad no me acuerdo.

— Uff, me alegra. Era gran fan de Gorgoroth, es una banda de black metal pesadísimo. Una vez quise ir a un concierto de ellos en Madrid pero a mi papá y a mi tía casi les da un infarto porque-

— Porque arrojaban cabezas de corderos. Muy turbio. Mi madre tampoco me dejó ir, igualmente lo cancelaron.

Nos quedamos en silencio un momento.

— Aún me gusta el metal pero creo que ya soy una persona mucho más tranquila. Tengo diferentes metas a futuro.

Me di la vuelta hacia ella y recargué mi cabeza sobre mi mano.

— ¿Ah sí? Cuéntame un poco de esas metas.

— Sueño con algún día convertirme en una patinadora olímpica. Pero gracias a aquellos primeras ocho años de vida en los que vi a mis padres ser tan felices juntos y complementarse el uno con el otro... desde muy pequeña siempre soñé con el día de mi boda.

Sonreí con ternura.

— Debo confesarte que jamás había pensado en eso. Digo, nunca pensé en cómo será el día en que me case, ni nada por el estilo.— sonrió para mí.

— Siempre quise encontrar a mi amor extraordinario, mi mamá me contaba la historia de un príncipe de corazón de hielo al que lo rescató su princesa. Me hacía mucha ilusión encontrar a alguien que me complementara, vivir alguna vez en Madrid en una casa como la de tía Mara y tal vez formar una familia.

Tomé su mano y dejé un tierno beso sobre ella.

— Tal vez algún día me dejes ser ese amor extraordinario que buscas, Lucía.

La chica se acercó más a mí y acarició mi mejilla.

— Yo sé que ya lo eres. Siempre lo has sido. El tiempo sólo lo confirmará. — Sin previo aviso pegó sus labios con los míos y nos fundimos en un inocente beso.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora