XXXII

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Lucía Torres

¿Han sentido alguna vez que quieren desaparecer? ¿Que tan sólo necesitan un maldito respiro de todo y de todos, que la tierra los trague y los escupa en algún otro país en donde no conozcan a nadie? Así me sentía yo. Nada me jodía más que me tildaran de mentirosa. Roxanna lo había hecho y ahora Simón por una sucia treta que estaba casi segura que tenía que ver con Gabriela.

Me sacaba canas verdes haberme roto tantas veces frente a Simón, y que un abrir y cerrar de ojos perdiera toda confianza en mí. Yo no sentía que mereciera todo lo que me dijo. Me había llamado descarada y mentirosa.

Subí a un taxi furiosa y me encaminé a la casa de los Isaza. Debía haber una maldita explicación aunque ya intuía quién estaba detrás de todo esto, y debía empezar en donde dejé mi computadora. Lo que no me acababa de entrar en la cabeza era: ¿cómo Gabriela habría obtenido mi clave para desbloquearla?

Desesperada toqué la puerta y el timbre una y otra vez, no me importaba descomponerlo; sólo quería que Juan Pablo me abriera. Pero en su lugar, me abrió Susana.

— Lu— me miró con seriedad.

— Seguro ya estás enterada, pero prefiero que hablemos luego de esto. Necesito entrar a ver a Isaza urgente. ¿Está? — Asintió pero sin dejarme pasar.

— Él está estresado, no sé si sea buena idea que te vea ahora.

— Por favor, Susana. Necesito hablar con él — suspiró y me abrió el paso.

Le susurré un "gracias" y me dirigí a su estudio, era 100% seguro que se encontraría ahí. La puerta estaba entre abierta, y el castaño se encontraba sentado frente al teclado, tocando notas al aire con la mirada fija en las teclas.

Tragué saliva.

Bien dicen que el que nada debe, nada teme. Pero yo más bien le tenía miedo a que Isaza reaccionara exactamente igual o peor a Simón. Me acerqué lentamente a él y toqué dos veces su hombro con mi dedo índice.

— Eh, hola.

El chico se giró hacia mí con un mirada seria. Ni siquiera podía notar algo de desdén en ella. Sólo era un rostro sin expresiones. Y eso me preocupaba en demasía.

— ¿Qué haces aquí? — relamí mis labios y tomé asiento sobre el sofá de cuero café. Juan Pablo se dió la vuelta en su silla giratoria hacia mí.

— No fui yo. Sé que piensas eso y que todo parece apuntar hacia mí pero-

— Lu, no me estás ayudando a creerte.

— Isaza, somos amigos de casi toda la vida. Nos conocemos desde hace unos sólidos nueve años. ¿Recuerdas alguna sola vez en la que yo les haya hecho algo así de grave? Bueno es que ni siquiera eso, ¿te das cuenta que ustedes me están culpando de algo sin darme un sólo voto de confianza? ¿Sin preguntarse al menos si en verdad fui yo?

Se quedó serio.

— Es difícil. Están en tus redes sociales.

— Isaza, las fotos estaban únicamente en el pendrive que yo te entregué y en la laptop, que por cierto, dejé en tu casa— frunció el ceño.

— Entiendo lo de pendrive porque yo lo tengo aquí — dice mostrándomelo— pero tu laptop no la he visto ni yo, ni mis hermanas ni mis padres. De ser así te la habría devuelto.

Lo sabía.

Ahí tienes: yo no tengo ni la laptop, ni tampoco el pendrive. ¿Cómo podría publicar las fotos, sin tenerlas en mi poder? — colocó su mano sobre su pierna.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora