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Y ahí estábamos, comenzaba a acostumbrarme al olor de su auto de tanto que iba de un lado a otro en él. Íbamos de regreso a casa, en un silencio completamente incómodo después de casi besarnos, ya habiendo rozado nuestros labios, pero ambos tan cobardes como para finalmente hacerlo.

— Entonces... adiós. Muchas gracias por el paseo, estuvo bien. — le digo antes de abrir la puerta.

— No hay de qué, Lu. Me gusta sentir tu compañía— sonrió cálidamente— Lástima que cuando hagas tu examen ya no me vas a necesitar más — fruncí el ceño.

— ¿Cómo? ¿Entonces después del examen ya no me pensabas hablar? qué malo.

— Hey, si tú me lo pides podría gastar todas mis horas hablando contigo — Se quedó pensando un momento — ¿Qué te parece si mañana vas a mi casa? quiero mostrarte algo que sin duda te va a encantar.

Le dediqué una sonrisa.

— ¿Cómo estás tan seguro de que me va a encantar? — acomodó un mechón de cabello tras mi oreja.

— No preguntes. Sólo te voy a pedir algo: tienes que llevar un libro. Uno que te encante y que no estés leyendo justo ahora.

Asentí con la cabeza y bajé del auto en dirección a mi edificio. Simón imitó mi acción y me llevó, una vez más, de la mano.

El ascensor estaba descompuesto, así que nos tocaba subir muchas escaleras. Subimos varios pisos callados, hasta que articulé palabra.

— Gafas, no es necesario que me lleves hasta la puerta de mi casa — le dije — no te preocupes.

— No no, como tu acompañante del día, tengo que asegurarme de que llegues sana y salva a tu casa. Y... ¿te cuento algo? — Mi corazón comenzó a latir con fuerza — no me quiero ir aún, es que la pasé tan rico que no me quiero alejar de ti.

— Eres muy lindo, ¿lo sabes? — sonrió bobamente ante mi confesión, mientras nos deteníamos frente a la puerta del departamento — oye, te lo digo enserio. Espero no se te vaya a subir el ego como siempre — bromeé.

— Claro que no, a mí jamás se me sube el ego. Me ofendes, Lu. Pero me siento afortunado de que pienses que soy lindo. No lo soy tanto como tus ojos.

Sentí el calor recorrer mis mejillas poco a poco. Él se acercó a mí y dejó un beso sobre mi frente.

— Buenas noches, patinadora estrella. Me alegra que te haya gustado el paseo y haberte sacado una que otra sonrisa en un día como el de hoy. Nos vemos.

Sin más, soltó mi mano y yo ya comenzaba a extrañar su piel tocando con la mía. Me sentía sumamente cómoda a su lado.

Busqué en mi bolsillo las llaves para entrar, pero no aparecían por ningún lado. Traía puesta la chamarra de Simón y juraba haberlas dejado en ella, hasta que recordé que las tenía en la mochila. Y la mochila estaba en su auto.

Era tarde para ir a buscarlo porque seguro ya iba camino a casa. Bufé y toqué el timbre. Esperando que mi padre abriera.

— Hola, Lu. ¿Cómo te fue en tu paseo? llegas a tiempo para la cena — sonreí y deposité un beso sobre la mejilla de mi padre.

— Bien, pa. Hace algo de frío pero nada, ya estoy aquí — respondí.

— Adrián y yo pedimos pizza, estamos viendo una película.

Me parecía chistoso el hecho de que mi papá, siendo un gran chef y teniendo un restaurante en la ciudad, casi siempre decidiera pedir a domicilio en lugar de cocinar algo en familia. Claramente la pizza no me parecía un mal plan en lo absoluto.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora