XXVIII

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Lucía Torres

Desperté con la cabeza doliéndome como nunca, se sentía como si me hubieran golpeado contra la pared con fuerza. No sabía con exactitud en qué momento comencé a perder la noción del tiempo y el efecto del alcohol simplemente hizo su "magia" en mí. Y esa magia era una mierda, no voy a mentir.

Abrir los ojos y estar en la habitación de Villamil me asustó demasiado al principio y lo primero que se me ocurrió hacer fue mirar bajo las sábanas. Bueno, al menos traía la ropa puesta. Eso era tranquilizante.

— La pasaste bien anoche, ¿no? — pregunta Simón de forma burlona, entrando a la habitación con algo como una malteada de color verde olivo, no tenía ni la menor idea de lo que era.

— Ja já. Qué gracioso eres. Si tuvieras el dolor de cabeza que siento ahora mismo no estarías riéndote.

— Exacto, pero como no es así, seguiré riéndome todo lo que yo quiera — giré los ojos.

— ¿Y qué haces en casa de Villa?

— Vine a cuidar a la borracha de su mejor amiga. Él está... arreglando unas cosas— lo observé con confusión.

— ¿Unas cosas?

— No nos incumbe. Tómate esto, mejor— me entregó el vaso con aquel líquido extraño. Como primer instinto lo olí primero.

— Qué asco, ni loca me voy a tomar esa cosa.

— Lo preparó la señora Clemencia, es para que se te quite el guayabo. Bébelo— negué con la cabeza.

— Tómatelo tú.

— Lucía, deja de actuar como una niña y bebe la malteada de una buena vez — lo miré con disgusto, tapé mi nariz y lo llevé a mi boca. El sabor era tan desagradable como el olor, inmediatamente sentí ganas de vomitar y corrí al baño.

Escuché sus pasos atrás mío y se agachó sobando mi espalda.

— Anoche tenía la sensación de que hoy acabarías mal.

Levanté la vista hacia él y le mostré mi dedo de en medio, él se limitó a echar su cabeza hacia atrás y soltar una sonora carcajada.

— Eres un idiota con risa de limpia vidrios — su sonrisa no desaparecía de su rostro. Era muy cínico cuando se lo proponía.

— No me quejo. Ahora, creo que sería buena idea que te vayas a casa.

— ¿Me estás corriendo de una casa que no es tuya?

— Por desgracia sí, debes irte. Prefiero que no sepas el por qué si no queremos más problemas de los que ya les diste a Villa y Gaby ayer — ambos estábamos sentados sobre el suelo del baño.

— ¿Hice algo malo? — negó con la cabeza.

— Algo malo, pues no. El ridículo, efectivamente. Pero bueno, Gaby se hizo algunas ideas en la cabeza y... Es mejor que huyas antes de que venga a buscar tu cabeza — choqué mi palma contra mi frente.

— De acuerdo.

Se levantó y me tendió su mano para ayudarme a levantarme. Salimos de la casa de los Villamil y subí a su auto, aún tenía el mismo Hyundai. Me sorprendía que siendo una estrella de pop no se comprara, yo que sé, un auto cada año. Aunque admiraba lo bien conservado que lo tenía.

Igual yo estaba exagerando un poco, sólo habían pasado tres años desde que sus padres se lo regalaron. Nadie en su sano juicio se despegaría tan fácilmente de algo a lo que le tenía tanto aprecio como el primer auto que le habían regalado.

Amor ordinario - Simón Vargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora