ᴛʜɪʀᴛʏ-sᴇᴠᴇɴ

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Idiotamente pensaron que ir en caballo sería más rápido que correr a pie. En circunstancias normales y en tierras normales posiblemente lo fuera, pero una vez que entras a la tierra de monstruos, los monstruos despiertan.

Ambos cayeron del caballo apenas entraron al pantano que rodeaba el área.

Bakugō, más consciente de la situación que Shōto, se puso de pie con ayuda de su espada. Por primera vez en días Shōto pudo verlo a la cara llevándose una gran sorpresa al verlo.

Los ojos rojos de Bakugō ya no eran rojos. No podía explicarlo, su color era algo como un fuego que se comenzaba a apagar pero aún así podía quemar cualquier cosa que se le acercara, también notó que poseía colmillos, sus manos tenían garras por uñas y unas marcas rojas se quemaban en su piel mientras sangraban.

Con temor e instinto de supervivencia por igual Shōto siguió el camino que Bakugō dictó al no soltar su mano.

No entendía nada, se suponía que los humanos comunes no podían entrar a esos lugares pero él no sentía nada extraño, para Shōto estar ahí era igual que estar en su patio de juegos.

Los pesados pasos del demonio seguían acercándose a ellos, el suelo temblaba, las aves volaban, y animales de dudosa procedencia gritaban asustados antes de correr lo más lejos que pudieran.

Ojalá tener a Eijirō en ese momento, de esa forma Bakugō no estaría sufriendo tanto como lo estaba haciendo, podía notarlo, le costaba mucho respirar, su mano se había puesto fría y temblaba, podía ver que sus piernas flaqueaban de vez en cuando entre cada paso, pero ahí seguía, guiandole en un camino que no conocía y dónde seguramente terminaría muerto si no fuera cuidado.

¿Por qué no sentía miedo al ir junto a él?

Una figura roja les interrumpió el paso. Por un segundo Shōto pensó que podía ser Eijirō, su color se parecía mucho en su forma de dragón pero pronto lo descartó al ser tirado del cuello de su capa para atrás por Bakugō, ese mismo que se plantaba frente al demonio rojo que estaba frente a ellos.

Tan grande como un monte.

Mucho más grande que Kirishima.

Sin querer tropezó yendo a parar de trasero en el suelo húmedo, su boca se secó y aunque quiso tomar su espada, ésta se resbalaba de sus manos producto del fango.

Estaba totalmente indefenso.

Estaban indefensos.

O eso creyó hasta que un brillo se posó justo frente a él.

Ese mismo brillo que vio en la cueva cuando encontró a Bakugō.

Escuchó el sonido de la capa al romperse y vio como está caía justo frente a sus ojos.

El cuerpo se Bakugō estaba cambiando, Bakugō dejó de ser humano de un segundo a otro para convertirse en un hermoso lobo de color blanco que le llegaba al estómago a la bestia.

Lo único que podía reconocer de Bakugō en el animal era el collar que nunca se alejó de su cuello.

Rápidamente le llamó la atención la aparición de dos colas, ambas con la punta roja y un degradado en un tono rosa hasta sus patas traseras que se volvían rojas también.

Su largo hocico hizo retroceder a la bestia por unos segundos, segundos que le dio la oportunidad de ponerse de pie antes de recibir el impacto del viento producto de la detención del golpe del demonio por el hocico de Bakugō.

En dos patas, con todo el impulso que podía usar, Bakugō detuvo al demonio un par de segundos para permitir que Shōto viviera un poco más.

No había otro pensamiento en la mente de Bakugō más que proteger a ese niño que solo lo miraba con miedo.

El demonio era mucho más fuerte que él, lo mandó a volar más de una vez, más de una vez atravesó un árbol que le dejó la madera incrustada en el cuerpo, más de una vez se fue contra una roca que lastimó sus huesos, más de una vez fue golpeado contra el suelo hasta que de su hocico la sangre comenzó a brotar. Pero todas las veces, cada vez se levantó para volver a ser su escudo, cada vez luchó por ponerse entre Shōto y ese demonio rojo, porque sabe bien que Shōto es su objetivo.

Shōto no podía evitar mirar con asombro la tenacidad que poseía Bakugō en esa forma, era bestial en su totalidad, ahí no había pensamiento humano de por medio, ahí había una bestia entrenada para protegerlo.

Recuerdos comenzaron a inundar su mente con fuerza, el dolor volvió a su ojo, fue tanto que un grito desgarrador arrancó su garganta.

Y robó la atención que tenía Bakugō sobre el demonio para dirigirla directo a Shōto logrando ser atravesado por las garras del demonio rojo.

¿Acaso se estaba divirtiendo con él?

Shōto dejó de gritar apenas la sangre de Bakugō tocó su rostro, fue casi bañado en su totalidad.

El shock de ver a Bakugō tirado en el suelo sin moverse mientras era atravesado aún por las gruesas uñas del demonio le hizo volver a recordar todo de golpe.

Porque eso ya había pasado, porque la última vez fue su madre quién apuñaló a Bakugō mientras intentaba matarlo.

Sin saber ni como ni de dónde una crisis a su existencia llegó, se sentía lleno de ira, lleno de dolor, lleno de tristeza, y lleno de amor.

Y con ese amor abrazó a Bakugō quien cayó frente a él rodeando su cuerpo, casi como la luna cuidando a su hijo.

Lo abrazó por el cuello, enterrando su nariz en su pelaje, recordando su voz, su calor que ahora perdía poco a poco, recordando las noches que le dejó dormir a su lado, y las noches que le protegió desde que tenía memoria.

Y ahí, junto al corto pero muy sonoro aullido que Bakugō soltó antes de dejar caer su cabeza, simplemente cerró los ojos.

"Ahora, ya eres mío"

Y se durmió quizás para siempre junto a su amado.

Acendrado 「BakuTodo」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora