04

1.1K 142 118
                                    


Sonreí por cortesía al rubio, quien me acompañaba a un lado mientras que el castaño con la herida en la mejilla iba delante nuestro.

—¿Es usted de algún reino cercano?— Entrecerró los ojos, escaneándome— No he visto a ninguna persona en el reino con sus rasgos.

—Estoy seguro de que no.— Habló el otro chico.— Conozco a la mayoría de las personas de aquí y he estado repasando su rostro y no parece ser hija de alguno.

Pude notar la desconfianza en sus palabras, pero antes de que pudiera decir algo; el rubiecito habló.

—¿Qué le sucedió a su cabellera?— Con la mayor confianza del mundo agarró uno de mis mechones y observó las puntas.— ¡Min, mira! Lucen como algas marinas.— Rió, avergonzándome.

—¿Algas marinas? Yo diría que la golpeó un rayo.— Se burló de igual forma el otro y no evité rodar los ojos.

Sí, sí. Ya sabía que tenía que retocarme, no tienen por qué humillarme así.

Tomé de vuelta mi mechón y lo acomodé junto al resto de cabello, algo avergonzada por mi apariencia.

—Solo tengo que retocarlo, nada más.— Murmuré, consiguiendo aún así la atención del chico a mi lado.

—¿Qué dijo? No la pude escuchar.— Se lamentó.

—N-no es nada.— Le resté importancia, viendo que recorríamos lo que parecía ser una plaza.— ¿A dónde vamos?

—A un lugar seguro.— Respondió el rubio a mi lado, subiéndose la capucha de la túnica y haciendo lo mismo con la mía. Murmuré un pequeño "gracias".

No pregunté más y me dediqué a observar a mí al rededor. Lucía tan...de antaño.

No era tonta; la ropa de los dos sujetos, las espadas y la actitud del otro tipo cuando le di mi celular no eran normales.

Al menos no para mí.

Además de eso, no reconocía el lugar, era muy diferente a lo que era mi ciudad y el lugar en donde siempre viví.

Este no es mi hogar.

Miré de soslayo la piedra oscura del anillo, dándole golpecitos intentando prenderla pero esto no sucedía.

—¿Se lo dió su esposo?— Preguntó de nuevo el rubio, posando la mirada en el anillo. Negué nerviosa y cubrí con desconfianza el anillo con mi otra mano.

—No tengo esposo.— La sorpresa era notoria en el rostro del contrario.— ¿Qué?

—Señorita no quiero sonar descortés ni entrometerme pero...¿Cuántos años tiene?— Preguntó y lo miré dudativa.

—Mmm...¿diecinueve?— Un jadeó de sorpresa escapó de sus labios y pude escuchar la risa escapándose de los otros.—¿Qué? ¿Qué tiene?— Pregunté ofendida haciendo que la pena inundara su rostro.

—N-nada.— pronunció.

—Seguramente debe tener un prometido.— Argumentó el contrario.— Y aquella piedra de la que tanto hablan ustedes dos es un regalo del hombre.

—¡Seguramente!— Apoyó el rubio con una sonrisa.— A pesar de todo usted es una dama y estoy seguro de que algún hombre encontrará belleza en usted.

¿Me acaba de decir...fea?

—No tengo prometido...— Les hice saber, deteniendo mi caminar y el de ambos. Se sorprendieron y los miré sin gracia.—¿Por qué se les hace tan sorprendente? Soy muy joven para casarme.

El castaño soltó una carcajada limpia.

—No quiero hacerla sentir incómoda, pero me parece una burla.— Se mofó.— Y sin ánimos de ser irrespetuoso, le digo que usted ya está pasada de la edad de matrimonio, alguien debió al menos cortejarla durante su edad florentina.

sky ;; Lee MinhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora