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-¿Llegamos?

-No es por descortés, pero ya me preguntó lo mismo hace unos instantes.- Habló harto y yo gruñí, recibiendo una mueca de sorpresa.- Señorita, no sea salvaje.

Reí por su mueca de cejas levantadas y boca abierta de sopresa e indignación. Si supiera.

-Lo siento.- Su rostro se ablandó y yo sonreí.- ¿Llegamos?- Volví a preguntar solo para molestarlo y esta vez fue él quién gruñó. Falsamente espantada llevé una mano a mi boca, mirándolo con fingida sorpresa.- ¡Caballero, qué salvaje!- Me le reí en la cara a carcajadas como toda una escandalosa sin miedo a llamar la atención.

Hace mucho habíamos pasado la plaza y me atrevería a decir que estábamos algo alejados de cualquier tumulto de personas. En su rostro se mostraba el enojo por la jugarreta.

- Es usted una persona muy...- Comenzó, bajando un poco la voz sin terminar la frase.- Muy...- se frenó, negando antes de soltar aire.- No importa.

-¿Soy muy qué?- Lo reté divertida a hablar, inclinándome un poco a su rostro para tener un mejor plano de su mueca furiosa.- Ándale, caballero. Dime ¿Qué soy?

Lo observé tomar aire y apretar los ojos con las orejas encendidas en un color escarlata.

-No vale la pena.- Se limitó a decir y mostró una sonrisa torcida, convenciéndose a sí mismo y retomando el andar.

Reí, guardando en algún punto de mi memoria que le fastidiaba que le tomasen el pelo y da la casualidad, que parece ser un buen hobbie para mí.

Enderecé mi espalda al sentir el corsé molestándome y retomé mi caminata junto a él, mirándolo divertida con brazos a la espalda. Habíamos estado caminando por no sé cuánto tiempo y ya me estaba cansando. Si tan solo se pudiera tomar un taxi o algo...

-¿Tienes caballos?- Pregunté distrayéndome con el cántico de algunos pájaros a lo lejos. Parecía un sueño ñoño de niñas que creían en cuentos de hadas, la verdad.

-Están en el establo.- Lo escuché decir.- No me tutee.- Sonreí porque se había dado cuenta de la forma en que le estaba hablando.- ¿Su familia tiene?

Reí distraída viendo las hojas de los árboles moverse pero lo suficientemente atenta a él para asentir.

-Aunque te sorprenda porque no tengo vacas, mi tío me regaló un caballo cuando era niña.- sonreí ante el recuerdo de mis padres sentados debajo del árbol de mango en la finca de mis tíos, viendo en la comodidad de la sombra como siempre intentaba montar al caballo y mirarlo siempre que podía.

Desde la muerte de mamá muchas cosas cambiaron. Papá y yo nos alejamos de la familia de mamá pues estos culpaban a mi papá y siendo honesta, no me parece justo. Papá solo era un hombre que había perdido a su esposa a causa de un tumor y tendría que hacerse cargo de una niña. No recibió apoyo ni ayuda de la familia de mamá, solo miradas recelosas y punitivas.

Antes no lo entendía, pero papá estaba pagando un precio que no le correspondía. Estaba pagando por amar mucho, por amar por encima de las reglas y normas. Y es que, pronto logré comprender que ninguna persona debe involucrar su vida privada con su vida profesional.

Papá había cometido el error de exigir operar a mamá a petición de ella y cuando hubo un fallo mínimo en el proceso, la presión y la imagen errónea de un futuro sin ella lo llevó a desesperarse en medio del quirófano.

Claramente no terminó bien.

-Señorita Madeleine, llegamos.- Susurró a un lado y observé donde señalaba.

Un gran muro se levantaba frente a mis ojos, imponente y rodeado de guardias. Muy diferente a la paredilla que había visto ayer en la noche.

Iba a preguntarle sobre aquello, pero con gracia caminó delante mío, luciendo el uniforme de caballero que portaba con tanto orgullo, incentivandome a copiarlo. Llegamos a la entrada y la mirada fría e inquisidora de los cuatro hombres posados de pie junto a la gran puerta logró intimidarme solo por un momento.

sky ;; Lee MinhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora