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Luego del largo viaje, Minho por fin había llegado al pequeño reino, siendo recibido por miradas curiosas que lo analizaban hasta dar con su uniforme, característico de un caballero real de su reino.

Y claro, su porte altanero, también característico de un caballero de su reino, al menos era lo que se decía de ello y da la casualidad, que Minho parecía calzar con ese estereotipo.

Montado en su caballo de forma elegante, con la espalda recta y la mirada elevada al frente, ignorando los murmullos de la gente a su alrededor cuando pasó por la entrada de la pequeña plaza del pueblo.

En el centro una enorme fuente era rodeada por pequeños niños que correteaban unos a otros jugando inocentemente. Sus labios cedieron a curvearse ante la imagen de una pequeña Mady siendo una más de esos niños, pero se detuvieron a mitad de camino al recordar la historia que su amigo le había contado.

Madeleine era una hija bastarda y había crecido alejada de todo ese lugar y buen ambiente, su infancia no era la misma que la de esos niños, posiblemente, sus recuerdos de la niñez tampoco.

Y para Minho era una pena, pues el pequeño lugar parecía demasiado pintoresco y calmado, un buen lugar para criar a sus hijos, pensó.

No había duda del por qué Madeleine hablaba maravillas del sitio.

Con la misma elegancia con la que cabalgaba se bajó de su caballo y lo sostuvo de la correa, no molestándose por caminar un poco y amarrar su caballo fuera de lo que parecía ser una taberna.

—¡Buenos días, señor!— Campante un muchacho con un delantal atado a su cintura lo saludó.— Puede pasar a sentarse donde usted desee, siempre y cuando esté disponible el lugar.— El amable chico le guiñó un ojo señalando el patio con mesas mientras se alejaba con unas vasijas en mano.

El lugar estaba simplemente con tanto movimiento y color que tuvo que detenerse un minuto para procesar todo.

Dicho y hecho, encontró un lugar disponible y sin dudarlo fue a sentarse, siendo inmediatamente seguido por una dama con delantal también.

—Bienvenido a nuestra taberna, señor.— Saludó la dama.— ¿Desea algo ligero o por el contrario quiere algo que logre llenarlo?

Minho sin dudarlo respondió:— Si no es mucha molestia, algo que llene...— Pidió, no aguantándose las ganas de pedir algo para relajarse.— Y una jarra de alcohol, por favor.

La mujer ensanchó su sonrisa y asintió.

—No se preocupe, me encargaré de mandarle los mejores platos para que recompense su viaje, señor.

Sin esperar más la mujer salió de ahí disparada hacia la cocina y Minho pudo observar más el lugar.

Había un buen ambiente, no había señales de posibles conflictos y la gente parecía dentro de lo que cabe, civilizada.

Había sido largo viaje en el que tuvo que cruzar tres pueblos para llegar, pero ciertamente podía decir que valió completamente la pena. El lugar de verdad le recordaba a Madeleine en todo su esplendor.

Su momento de reflexión se vió frenado cuando la pesadez de la mirada de aquel mesero comenzaba a irritarlo.

Sin más, conectó miradas con el chico quien en vez de cubrirse con la charola o escapar de la situación, sonrió saludándolo a lo lejos.

Minho jadeó por la falta de respeto, pues no veía si quiera un grado de culpabilidad al seguir manteniendo la mirada sobre él. Fue entonces que él se vió obligado a apartar la mirada primero, lo que pareció darle un pase libre al mesero para acercarse.

sky ;; Lee MinhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora