XI. Paradoja

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Algunos de los que me conocían me miraban con curiosidad cuando bajaba del camión

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Algunos de los que me conocían me miraban con curiosidad cuando bajaba del camión. El chisme de lo que había pasado entre Marco y yo debía estar bastante esparcido, aunque no tanto como para que toda la escuela supiera. Había tanta gente que era imposible que todos lo supieran.

Sin quitarme los audífonos que reproducían Labios Rotos de Zoé, me dirigí al jardín detrás de los laboratorios, donde solía ir para estar con mis amigos de vez en cuando, o para hacer tareas de último momento. En el camino, las puntas moradas características del cabello de Andrea volaron en mi campo de visión. Corría hacia algún lugar, probablemente a su primera clase. Estaba demasiado lejos para llamar su atención y saludarla. Una sonrisa inconsciente se asomó en mis labios.

Eran casi las siete de la mañana cuando llegué al jardín, estaba amaneciendo apenas. Me tiré en el pasto para comenzar a leer un nuevo libro sobre viajes entre universos que recién había descubierto. Ese día mis clases comenzaban hasta las ocho de la mañana, por lo que tenía mucho tiempo para leer.

La fresca mañana transcurría de manera predecible, hasta que dieron las siete cincuenta y cinco. Mientras leía como Alex, el protagonista del libro –al que imaginaba como mi mejor amigo– se transportaba a un universo donde era un soldado, alguien quitó uno de mis audífonos. Me volví para ver quién era, pegando un salto al ver que era Scarlett, recostada a mi lado. Tardé un segundo en reaccionar. Le sonreí y la saludé, para preguntar si tenía hora libre.

Noté que mi corazón no se aceleró tanto como otras veces. Pero su mirada nunca había estado tan cerca de la mía, conectando con mis ojos de manera tan intensa.

—Nos dejaron salir temprano de ciencias. Vine aquí para pasar un tiempo sola, pero aprovechando que estás aquí, pues te quise venir a saludar.— explicó, a lo que después hizo una pausa. —Te extrañé mucho...

En ese momento, mi corazón retomó su ritmo acelerado normal que tenía cuando ella estaba cerca. Sentí las mejillas calientes y desvié la mirada.

—Yo... yo también te extrañé. Me la paso bien con mis amigos y todo, pero siempre es bueno tener a una amiga con la que platicar.— dije en tono sincero, pero contrario a lo que imaginé, ella borró su sonrisa.

—Bueno, ahora que lo dices, tenía que hablar contigo sobre algo. Olvidé decírtelo cuando fui a tu casa.

Parecía estar buscando la manera de decirlo. Sentí un sudor frío recorrer mi nuca. Temí que fuera algo malo. ¿Y si ya sabía que tenía sentimientos por ella? ¿Y si iba a rechazarme antes de que yo le dijera cualquier cosa? Mis entrañas se retorcieron y de repente empecé a sentir la urgencia de que un fuerte viento pasara y me quitara el repentino calor que me invadía. Mis manos empezaron a sudar como si tuvieran que liberar a todo el Atlántico y mirarla a los ojos se volvió mortalmente difícil.

Pero un segundo antes de que hablara, se acomodó de tal forma que los cálidos rayos del sol apenas nacido le dieran en la cara, hizo que sus ojos brillaran y me recordaran por qué me sentí atraído hacia ella desde un principio.

Y de repente, para mi fortuna e infortunio a la vez, todo aquello que sentí cuando me hablaba, me miraba o se reía, tomaron control de mí, eliminando todo a su paso. Como una onda de choque provocada por dos planetas colisionando, en el que el más grande devasta al pequeño.

Despegó su cabeza del suelo y se sentó, añadiendo más suspenso y obligándome a hacer lo mismo.

—Me... me gustas, Tony. Mucho.— no me dio ni un segundo para procesarlo, pues se apresuró a decir algo más. —Y sé que yo a ti también.

Bajó la vista al pasto, dejando un momento de silencio.

¿Qué?

¡¿Qué?!

Volvimos la mirada hacia los ojos del otro al mismo tiempo. Y no sé y nunca sabré si fui yo o fue ella o fuimos los dos, pero sin ninguna razón, de un segundo a otro la distancia entre nosotros dejó de existir. En cuanto sus labios impactaron con los míos, recordé la sensación de encontrarse en el punto más alto de la montaña rusa. Una fracción de segundo en la que no sabía si tener miedo, dejarme llevar por la adrenalina, o simplemente esperar a morir. Y entonces el carrito caía al vacío.

Justo como ahora.

En medio de los gritos, el carrito caía a toda velocidad. En medio de la revolución que se armaba dentro de mí, Scarlett intensificaba todo más y más. Sentí sus labios como si fueran algo prohibido, una ley que rompía a medianoche, con el corazón a mil por el terror de ser descubierto. Rodeó mi cuello con los brazos, mientras yo apenas me atrevía a rozarle la cintura con una mano. Debió notar que estaba temblando.

Había sido el beso más extravagante que había dado en toda mi vida.

Cuando nos separamos, quedamos a unos pocos milímetros. Yo aún tenía los ojos cerrados. Los abrí poco a poco, para verla sonriendo. Ninguno de los dos sabía qué decir, y no había necesidad de hablar, pero aún así, balbuceé:

—Eh, yo...— decir eso me hizo sonar incómodo, cuando en realidad sólo estaba en shock. Lo supe por el cambio de expresión de Scarlett, el cual se tornó un poco preocupado. Me detuve un segundo, pero justo antes de que soltara la estupidez cualquiera que iba a decir, mi celular vibró en mi pantalón, asustándome y rompiendo la extraña magia del momento. Lo saqué y vi el nombre de quién llamaba. Alex.

"Eligiendo los mejores momentos para llamarme, como siempre." pensé.

Juré que lo mataría si era algo como ayudarle a elegir qué café comprar. Deslicé mi dedo en la pantalla para contestar.

—Cabrón, ¡¿por qué no contestas y dónde mierda estás?! Faltan como tres minutos para que empiece la clase y Jordana está repartiendo exámenes. ¡Hoy es el parcial!— escuché a mi mejor amigo acelerado, pero en voz baja.

Cerré mis ojos con fuerza, y me di una sonora palmada en la frente. Había olvidado por completo que ese día era el examen parcial de Lógica, para el cual no recordaba si había estudiado. Soltando un ligero gruñido, alejé el celular de mi oreja y vi la hora. 8:02. La tolerancia de entrada era a la hora y cinco. ¡Mierda, mierda, mierda! Scarlett me acababa de confesar sus sentimientos y nos habíamos besado. Ahora iba a presentar uno de los exámenes más difíciles. Los tiempos divinos son perfectos, dicen.

Susurré un "Ya voy, ya voy" y colgué. 8:03. Me volví hacia Scarlett, aún con todo el tornado de emociones destrozando mi capacidad de actuar con normalidad.

—Tengo que, eh... irme. Examen. Lógica. En dos minutos.— dije. Ella parpadeó un par de veces, en los que no sé que esperé, para luego exclamar:

—¡Pues corre!

Como si me hubieran dado una orden, me levanté, tomé el libro y mi mochila, y volé al quinto piso, seguro chocando contra varias personas. Llegué exactamente a las 8:05. Jordana, la maestra de Lógica, me echó una mirada molesta cuando me asomé en la puerta. Alex me hizo un gesto indicando que tenía que explicarle a él también.

—Por poco y te pongo "No presentó", Antonio. Pasa.— dijo Jordana.

Me senté, y recibí el examen, de dos hojas por los dos lados. Las preguntas parecían estar en alemán. Luego recordé que dos horas después tenía examen de francés.

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