LIII. Canis Major

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Un lúgubre silencio tomó lugar tras todo aquello. Wendy lo rompió después de unos instantes que se alargaron hasta parecer siglos.

—Sin saberlo, yo había huido con todo lo que mi mamá había investigado. Es por eso que nos buscan. Cuando tenía doce, Jasmine se deshizo de todo, pero guardó una copia digital y la subió a la red donde ustedes la encontraron.

—Pero... ¿por qué están tapadas algunas partes?— pregunté, tímido.

—Jasmine las tapó para ganar más tiempo, en pocas palabras. Si dejaba la investigación tan descubierta, resolver el caso iba a ser demasiado fácil.

Fruncí el ceño ligeramente, confundido.

—¿Qué? ¿Eso no hubiera sido mejor? Así podíamos evitar...

Así podíamos evitar que mis padres estuvieran en peligro ahora.

La voz se me quebró un poco, pero ella me interrumpió.

—Lo sé. Pero estamos hablando de una organización enorme, Tony. Ellos tienen el control del mercado negro en varios países, son demasiado poderosos. ¿Tú crees que con que se arreste al asesino se pueda derrocar a la organización? Simplemente pondrían a otro en su lugar y de nada habría servido todo lo que hizo. Lo que hizo Jasmine fue posponer ese arresto.

Me quedé en silencio unos segundos. Tenía un buen punto, pero algo no cuadraba.

—¿Ganar más tiempo para qué? ¿Por qué quería posponer el arresto?— noté mi tono un poco agresivo, pero antes de que agregara algo para arreglarlo, ella habló.

—Para nosotras. La verdad es que si alguien encontraba los papeles y resolvía el caso, implicaba que ellos sabrían que Jasmine aún tenía los papeles y tendríamos que huir de nuevo.

Su voz firme y segura me indicaba que estaba convencida de lo que decía.

Sin embargo, yo aún no lo estaba. Seguía habiendo algo que no cuadraba. Tapar cierta información me parecía una estrategia algo extraña para lo que Jasmine quería lograr.

Pero ya no quise discutir. Fuera la razón que fuera, el resultado seguía siendo el mismo. Mis padres desaparecidos y yo sin tener la más mínima pista además de lo que ya sabía. Desvié la mirada hacia el piso. El ambiente se había tornado oscuro, el relato de Wendy había llenado de tristeza y melancolía sus enormes ojos cafés. Ambos mirábamos al infinito, sumergidos en nuestros pensamientos, en silencio.

—Wen...— dije sin pensar. Alzó su vista hacia mí. Por un momento sospechosamente largo no supe qué decir. —Ya es tarde. Vamos a dormir.

Le devolví la mirada con la mejor sonrisa que mis labios pudieron fabricar en un momento como ese. Asintió con la cabeza, cansada, aunque con una pequeña sonrisa también.

Nos levantamos. Miré su mano, sintiendo la repentina necesidad de tomarla. Y estuve a punto de hacerlo sin dudar, pero me detuve de nuevo. ¿Desde cuándo me había vuelto tan afectuoso?

La dirigí al cuarto de mis padres, pero en cuanto estuve a un par de metros de la puerta, unas extrañas náuseas me invadieron. No había estado ahí en un tiempo. No estaba seguro si quería entrar. Wendy lo notó, volviendo su mirada hacia mí.

Solté un suspiro casi imperceptible y seguí caminando. Abrí la puerta y el olor a limpio característico del cuarto de mis padres llegó a mi nariz de inmediato. Mi padre era extremadamente pulcro, a diferencia de mi madre. Él siempre le insistía que debía ser más ordenada, pero por mucho que ella se esforzara, no lo conseguía. Una intensa tristeza me invadió de repente. La voz de José Luis se repitió en mi cabeza: "Confía en que encontraremos a tus papás, chaval...".

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora