X. Gigante Gaseoso

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Salí de la casa de Tony con el estómago lleno

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Salí de la casa de Tony con el estómago lleno. Él se había quedado con hambre pese a que había comido más que yo. Me volví a ver la residencia, blanca por dentro y por fuera, antes de seguir mi camino. No podía creer que realmente estuviera ahí dentro, a solas con él. El jardín estaba lleno de geranios, las flores favoritas de Elena, su madre. El olor a limpio impregnaba el aire, las medallas y reconocimientos deportivos y académicos del chico llenaban las paredes, acompañados de fotos de la familia. Una de ellas en particular, se quedó grabada en mi mente. En ella, salía Tony en un traje sastre negro mirando un ventanal con las manos entrelazadas apoyadas en un barandal a la altura de su pecho. El cabello castaño le formaba ondas ligeras, los ojos se le veían más azules y bonitos que nunca, debido a la luz que salía del ventanal, que le bañaba el rostro. En el fondo, un pasillo azulado por el vidrio que formaba el techo. Daba unos aires a uno de aquellos atractivos empresarios que salían en las películas.

Me esforzaba por ocultarlo, pero mi interés en Tony estaba volviéndose evidente. Natalia, mi mejor amiga, se había dado a la tarea de "investigar" si mi interés era correspondido. Realmente no obteníamos información, pero era divertida la sensación de suspenso. Siempre se me escapaba una sonrisa cuando recordaba el día que Natalia, emocionada, había corrido hacia mí para decirme que un chico que de vez en cuando trabajaba con Tony en proyectos académicos le había preguntado si yo sentía algo por él. Ambas nos habíamos alegrado tanto, que asumimos que aquello era algo bueno. Debido a ello, Natalia, unos días después, le había preguntado si la razón por la que se había acercado era un gusto mutuo. Marco, nuestra fuente principal del momento, respondió que no.

—Pensé que quizá le gustaba tu amiga, pero hoy le pregunté y me dijo que no.— había dicho el chico.

Y cuando se besó con aquella chica... me costó toda mi energía fingir que no me afectaba, poner una sonrisa y pretender alegrarme por su relación. Los había visto hablar varias veces. Ellos se reían y él se notaba feliz. Ella tenía cara de haberse ganado la lotería. Nunca podía mirarlos más de unos segundos, pues me hacía tener que tomarme un momento para calmarme. Todo parecía encajar, él sentía algo ella.

Sin embargo, para mi sorpresa, cuando le mostré la foto, pareció molestarse y negó tener algo con esa chica.

Perdida en mis pensamientos, no reconocí a la figura que se paró frente a mí, mientras cruzaba la esquina que me llevaba a la base de taxis. Su voz me sobresaltó. En cuanto crucé la mirada con él, lo ubiqué.

—¿En serio tiene que ser en plena calle?— dije molesta.

Este hombrecillo representaba la parte de mi vida que estaba completamente oculta ante todo y todos. Un mensajero de mi madre.

—Me ordenaron que le entregara esto en cuanto la viera, princesa.— no me agradaba que me llamaran así, a pesar de que no fuera por coqueteo, sino porque debía hacerlo. —También se ordenó que nadie, absolutamente nadie más que usted, podía ver el contenido de esto.

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