XLII. Guía del Autoestopista Galáctico

397 56 0
                                    

Días después, temía volver a tocar el tema. Analizándolo bien, no había mucho de donde escarbar. La única manera de saber más era preguntándole directamente, y por sus reacciones estaba casi seguro de que, además de que no me diría mucho –si no es que nada–, sólo conseguiría un conflicto. Y no me apetecía uno. Así que decidí dejarlo.

Un jueves a principios de mayo, después del entrenamiento de básquetbol, iba hacia la parada del autobús, cuando una voz femenina gritó mi nombre. La inconfundible Carolina. Me volví hacia ella. Venía dando saltitos hasta llegar a mí.

—Dijiste que me ibas a esperar.— dijo haciéndose la indignada.

—Te estabas tardando mucho y el camión no me espera.— respondí.

—Oh, cierto. Olvidé decírtelo. Hoy me iré a casa de una compañera para terminar algo de ciencias. Pero ella se queda a clase de ballet y sale hasta dentro de media hora...— me miró insinuosa, pero no capté qué quería decir. Mi silencio se lo hizo saber. —...y no me quiero quedar solita...

—Y quieres que me quede contigo.— le completé.

—Me conoces tan bien.— añadió sonriente.

Siendo sincero, me daba pereza, pues el siguiente camión saldría hasta una hora después. No tenía muchas cosas que hacer, excepto por supuesto, aplastarme en mi cama y meter la nariz en un libro. Pero quise ser buen amigo y acepté.

—¡Genial!— exclamó. —No te vas a aburrir, no te preocupes. Y yo sé que da hambre andar cargando tanta guapura todo el día, así que iremos a un puesto de churros rellenos que acaba de abrir y que debes probar.

Me reí como respuesta.

—Eso sí, cada quién paga lo suyo.— dijo.

Asentí con la cabeza todavía sonriendo. Corrió hacia la entrada del instituto, mientras tomaba mi muñeca y yo apenas podía seguirle el paso. Cruzamos la avenida y nos internamos unas cuantas cuadras en el barrio que quedaba enfrente. Llegamos a un pequeño local y nos sentamos en una de las tres diminutas mesas. Un olor dulzón a pan frito y el aire caliente despertaron mi apetito. Miré el menú, indeciso sobre qué pedir.

—Todo se ve delicioso.— dije sin quitar la vista de las opciones.

—Hasta los clientes.— escuché. Aunque era uno más de sus coqueteos, esta vez no supe qué decirle y me limité a mirarla. Ella no había quitado los ojos de mí desde que llegamos. Pasados unos segundos así, finalmente desvió la vista, suspiró y habló de nuevo —¿Te has preguntado por qué me esfuerzo tanto contigo?

—Eh... ¿no?— titubeé, confundido por la pregunta. —¿Qué?

Carolina soltó una risa cálida.

—Tú sabes que a mí no me gusta dar rodeos, así que iré directo al punto. Bueno, casi.— hizo una pausa, ¿nerviosa? Esto era nuevo. —Mira, entiendo de sobra lo que pasó con tu ex, entiendo cómo te puedes sentir ahora respecto a eso. Tony, sé que crees que yo le cotorreo a todo mundo, y... bueno, sí, lo hacía. Pero últimamente... sólo me sale así de natural contigo. Sabes, creo que de verdad eres uno en un millón, como dicen por ahí. Listaría tus cualidades, pero nunca terminaría.— soltó otra risita. —Lo que quiero decir es que... me gustas, Tony. De verdad. Sé que viniendo de una chica con mi... reputación puede que no suene tan real. Pero créeme, es muy real. Más de lo que yo misma imagino. Y en serio... me gustaría muchísimo intentar algo contigo.

Me ofreció la sonrisa más sincera que le había visto usar. Recordé los sentimientos de los protagonistas ficticios cuando recibían una confesión como esta: felicidad, sorpresa, alegría... no lo sé. Sentían algo bueno.

Yo no sentía eso.

Mi mente y mi estómago se revolvían en ansiedad, miedo y estrés. Había leído y visto escenas como aquella en muchas ocasiones. ¿Por qué los escritores nunca describen la realidad como es, para preparar a los pobres mortales que después nos tenemos que enfrentar a ella?En ese momento, quería echarme a llorar como un niño de tres años. Y detener el tiempo para pensar en una respuesta madura, sensata. Una que mereciera aquellas palabras, no porque fueran muy originales o intensas, sino por las toneladas de sinceridad que cargaban.

Sólo tenía clara una cosa. No iba a cometer el mismo error que había cometido con Andrea.

Había sólo dos caminos: corresponder o rechazar. Y la sinceridad merecía sinceridad.

Vacilé unos momentos, sepan las estrellas con qué expresión. —Eh... yo...

Lo acababa de estropear.

—Sólo dilo. No lo pienses mucho. No todo funciona así.— me animó a seguir.

Contrario a su sugerencia, me detuve a pensar más. La pregunta que venía desde aquel día en que Scarlett y yo nos peleamos por primera vez regresó, esta vez exigiendo sin piedad ser respondida. ¿Yo sentía lo mismo por Carolina? No. Quizá me había atraído y me divertía mucho con ella, pero definitivamente no iba a pretender que sentía lo mismo.

Terminé hablando sin ningún filtro. —Caro, quiero que lo que voy a decir no lo tomes demasiado personal. Puede que diga una estupidez. No tienes idea como está mi cerebro justo ahora.— tomé aire una última vez. Pude ver como su expresión se tornaba aterrorizada. Decir aquello era realmente difícil. —Mereces las cosas claras, como tú fuiste clara conmigo siempre. A diferencia de Scarlett, sé que no estoy listo para una nueva relación. No es por ella, creéme, pero te mentiría si te dijera que no me sigue afectando todo lo que pasó.

La decepción invadió en una fracción de segundo sus ojos. Me apresuré a explicarme.

—Tú sabes... estoy hecho mierda. Y tú te mereces a alguien que te quiera y te valore de la manera tan clara como acabas de hablar. Te mereces a alguien que esté listo para amarte...

Se quedó en silencio unos momentos, decepcionada, pero no molesta. Metí las manos debajo de mis lentes, cubriéndome los ojos. Esta vez temía haberme excedido en la veracidad de mis palabras.

—Pero... ¿tú sientes lo mismo por mí?— preguntó, con la vista en el suelo y casi en un susurro, aterrado y débil. Carolina lucía muy diferente así.

Afortunadamente, una respuesta que expresaba bastante bien lo que tenía en la cabeza llegó a tiempo.

—No importa si te digo sí o no, Caro. Las dos van a ser mentira.

Sus ojos volaron del piso hacia los míos. Su verde seguro y confiado había desaparecido por completo. Lo que se veía ahora era vulnerabilidad pura. —¿Qué?

—A lo que me refiero es... no puedo responder algo así tan fácil, Caro. Tú misma lo dijiste... lo que pasó... te debería dar una respuesta bien pensada y bien hecha. Es lo último que tengo ahora. Sólo necesito procesar...

Me interrumpió. —Te he esperado más tiempo de lo que hubiera esperado a cualquier otra persona. Me... me dije que valía la pena la espera, pero... necesito saber...

Una sensación exasperante comenzó a llenarme, pero pude controlarla de alguna manera. —Estoy hecho un desastre, Caro, en serio, no puedo sólo decir sí o no...

—Claro que puedes.— sus ojos estaban vidriosos y visiblemente furiosos. Mi poca seguridad se esfumó como un castillo de arena devorado por el mar. —Por el amor de Dios, he hecho tantas cosas por ti. Te he apoyado incluso cuando me dolía como no tienes idea. He estado a tu lado en buenas y malas, ¿no... no es eso lo que hacen las personas sinceras?— me sostuvo la mirada un segundo más. —¿Y es esto lo que obtengo? ¿Un "no sé"?

La voz huyó cobardemente de mi garganta. Me sentí terriblemente culpable por lo que había pasado. ¿Debí habérselo aclarado antes? Ahora me doy cuenta de que decir aquello había sido lo mejor. Agradecía que hubiera estado ahí para mí, pero eso no hacía que yo le debiera una relación por ello. Sin embargo, en aquel entonces me sentía demasiado responsable por sus sentimientos.

Se levantó, tomando sus cosas de un jalón. —Puedes quedarte con lo que ordené. Ya me voy.

Mientras pasaba junto a mí, añadió un último comentario. —Tú no has hecho nada por mí, Antonio.

Dicho eso, caminó apresuradamente de regreso al instituto, dejándome con un par de miradas de lástima sobre mí y un churro de cajeta recién preparado en la mano.

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora