VII. Nebulosa Planetaria

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Probablemente así se sentía la muerte.

Infinita.

Oscura.

Vacía.

Pudieron haber pasado siglos, décadas, años, meses, días, horas o minutos hasta que volví a la vida.

Desperté en un lugar en el que jamás había estado. Me encontraba recostado en una cama. Las paredes del cuarto eran de un amarillo brillante. Todo estaba ordenado y limpio. Había un tocador con numerosos objetos encima. Miré las colchas que me cubrían, verde limón. También había una lámpara con estampado de flores junto a mí, en una mesita de noche con un reloj digital en él, que marcaba las 11:34 de la mañana. Mis lentes descansaban, perfectamente limpios, sobre una toalla facial roja. No habían sufrido ningún daño, por algún milagro. Estiré uno de mis brazos para alcanzarlos, pero me ardieron como si me hubieran arrojado ácido en ellos. Tras varios intentos, logré tomarlos y me los coloqué. Pestañeé un par de veces y miré hacia una ventana grande que filtraba la luz del día. El cuarto tenía un aspecto alegre y primaveral que me daba la bienvenida, pero parecía como una máscara de algo aterrador. Busqué con la mirada algo que me indicara en dónde estaba, pues los recuerdos de la última vez que estuve consciente llegaron como en caballos a la meta de una carrera. En todo caso, debería estar en una sala de hospital.

La respuesta no tardó mucho. Pocos minutos después, la puerta se abrió y entró Andrea.

—¡Ay, por fin estás despierto!— exclamó y se acercó corriendo a mí. —Me tenías preocupadísima. ¿Cómo te sientes? ¿Quieres que te traiga algo?

La observé por un segundo, confundido. Traía un conjunto para dormir rosado con un patrón de gatos y el cabello atado en un moño desordenado.

—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?— dije casi en un susurro.

—Estás en mi casa. En mi cuarto, para ser precisa. No te preocupes, yo dormí en el sofá.— dijo con voz dulce.

Intenté sentarme, pero mi cuerpo se quejó con explosiones de intenso dolor. Me llevé las manos a la cabeza, que era la que más me torturaba.

—No, no te muevas.— comentó ante mi intento, sin perder su tono amable.

—¿Qué... qué pasó?— repetí.

En pocos minutos, relató lo que había pasado después de caer inconsciente.

***

Andrea se secaba el sudor de la frente con una toalla, mientras se despedía de sus compañeras de la clase de hip-hop. Miraba por el ventanal que se anteponía al enorme espejo, desviando por enésima vez sus pensamientos hacia Tony. No podía arrepentirse más de lo que había hecho. Deseaba tanto poder regresar en el tiempo y eliminar ese horrible beso de la realidad. Se había preguntado mil veces por qué diablos le había hecho caso a sus amigas. ¿En qué estaba pensando?

"Anda, no seas tímida. Róbale un beso, te juro que eso funciona." le dijeron. "¡Sí! Se ve que le empiezas a gustar." "Vas a sentir súper bonito."

Ahora todo eso no podía sonar más estúpido. Nunca lo habría admitido ante sí misma, y mucho menos ante ellas, pero les había hecho caso porque era profundamente insegura. Admiraba mucho a Tony, y se sentía feliz de que él se hubiera acercado. Se sentía cómoda con la amistad que comenzaban a tener y aún no se atrevía a imaginar más. Sin embargo, siempre había sido vulnerable a la opinión de sus amigas. En la actualidad las recordaba como un grupo de víboras con las que nunca debió juntarse, pero en su momento no podía reconocer el daño que le estaban haciendo, pues creía que sus consejos tenían buena intención.

Una Estrella MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora